jueves, 5 de marzo de 2015

La educación de Alex Rodríguez (1 de 3)

(De él se dijo que estaba llamado a ser el mejor beisbolista de todos los tiempos, luego todo se vino abajo. Vilipendiado en cada espacio escrito, electrónico o digital que hable de beisbol, Alex Rodríguez está de vuelta. Regresa de su suspensión para beneplácito de sus detractores y de su puñado de seguidores. En preparación a su regreso, ESPN The Magazine publicó en su edición de marzo este magnífico texto de J. R. Moehringer sobre una de las figuras más controversiales de la historia de este y de cualquier deporte. Gentil audiencia, con ustedes, Alexander Emmanuel Rodríguez). 

La educación de Alex Rodríguez

J.R. Moehringer



Se escondía debajo de su sudadera con gorro, desplomado en su silla acolchada, trataba de mezclarse con la decoración, y estaba funcionando: Por una vez en su vida se las ingeniaba para no atraer atención sobre sí mismo. Pero entonces el profesor se levantó y dijo algo verdaderamente… fuera de lugar. Algo que amenazaba con arruinarlo todo. El maestro dijo: En el primer día de clases con cada grupo, me gusta dejar que los estudiantes hablen un poco de sí mismos, así que ahora cada uno de ustedes dirá su nombre, en qué trabajan y algo acerca de porqué decidieron tomar la clase Marketing 644.
El profesor señaló a una joven sentada al frente y ella, sin dudarlo, se levantó y le dijo a la clase que trabajaba en UPS, que esperaba graduarse como maestra en Administración de Negocios y que quería convertirse en bla bla bla bla. Había dos docenas de estudiantes en el salón y uno por uno siguieron el ejemplo de la primera joven, lanzando sus micro autobiografías y dejando el turno al sugerente estudiante, y al siguiente.

Él los miraba, los escuchaba con atención, envidiaba sus pequeñas, ordenadas y limpias historias de vida y su confianza intelectual. Su vida es un desastre, como todo mundo sabe, y constantemente se siente rebasado intelectualmente porque no fue a la universidad. Sin padre y sin formación universitaria -sus dos heridas sin sanar, sus grandes dolores-. Esas dos carencias son, en buena medida, las razones por la cuáles está hoy aquí. Pero no, él no se atrevería a decir esas cosas, no quiere decirle a los demás estudiantes nada sobre sí mismo, mucho menos contarles todo, incluidos sus secretos más oscuros. Y ahí venía, el invisible bastón de la atención sigue acercándosele, no muy diferente a la manera en la que se acerca una pelota de beisbol cuando rueda hacia la tercera base que él cubre. De hecho, él alcanza a notar que si el salón de clases fuera un campo de beisbol, por pura causalidad su asiento sería 'la esquina caliente'.

Y sucedió. El estudiante sentado junto a él terminó de hablar, el salón se quedó en silencio casi religioso y él era el siguiente. Al menos todos estaban lo suficientemente aburridos como para voltear. Él se dirigió a las espaldas y la parte trasera de las gorras. Les dijo su nombre, Alex Rodríguez. Les dijo cuál era su trabajo, tercera base de los New York Yankees. Les dijo que era dueño de algunos negocios, y que estaba ahí porque quería aprender acerca de….

Lentamente, muy lentamente, las dos docenas de estudiantes voltearon y lo miraron fijamente con la boca abierta. Ellos saben quién es, por supuesto. La mitad del planeta lo sabe. Está en las noticias todos los días. Es el beisbolista ese que fue suspendido por esteroides o algo así, lo que lo hizo más que famoso. Tiene mala fama, es peligroso, de cierta manera es cool, una mezcla entre Babe Ruth y el Conde Drácula. Sigue hablando y los estudiantes siguen mirándolo fijamente y ninguno de ellos puede procesar lo que está sucediendo o lo que está diciendo, porque mientras él sinceramente trata de explicarse, de dar un informe breve de sí mismo, no puede contestar la única pregunta que pasa por la mente de todos los asistentes:

¿Qué demonios hace A-Rod en mi clase de marketing?

Él tampoco está seguro. Como todo en su vida, es complicado.

Pero al mismo tiempo no es tan complicado. Es dolorosamente simple. Está aquí porque necesita una educación. La ha necesitado por mucho, mucho tiempo.
Y este año, lo quiera o no, la va a recibir.

La gente lo odia. En serio lo odian. Al principio lo amaban, después los confundía, luego los irritaba, y ahora directamente lo detestan.

Con mucha frecuencia, mencionar a Alex Rodríguez en compañía de personas desata un amplio espectro de respuestas condicionadas. Repulsión dolorosa, sonidos guturales, miradas desviadas con exageración. Cientos de beisbolistas han sido descubiertos usando esteroides, incluidos algunos de los nombres más reconocidos y más adorados, pero de alguna manera Alex Rodríguez se ha convertido en el Lord Voldemort de la era de los esteroides. ¿Ryan Braun? Ganó un premio al Jugador Más Valioso, fue atrapado usando esteroides, dos veces, llamó antisemita al responsable de los exámenes antidoping, hizo tontos a sus mejores amigos, incluido Aaron Rodgers, y aun así no inspira un ápice de la mala voluntad que persigue a Rodríguez como una nube nuclear.

La costumbre de hacer leña del árbol caído es una de las razones. Rodríguez nació con excesivas cualidades físicas -poder, visión, energía, tamaño, velocidad- y parecía específicamente diseñado para alcanzar la inmortalidad, como si hubiera sido ensamblado en un taller celestial por ángeles y un grupo de artistas de Marvel Comics. Después, tuvo la inmensa fortuna de alcanzar la edad adecuada en el exacto momento en que los contratos de beisbol estaban a punto de explotar. Meses antes de que tuviera edad suficiente para rentar un carro firmó un contrato por 252 millones de dólares. Siete años después: otro contrato por 272 millones más. Si a eso se le agrega que su aspecto físico parece valer otros 500 millones, la gente sólo tuvo que esperar el desastre. Los fans apoyarían al atleta multimillonario que además es ridículamente bien parecido (cuerpo esculpido por Rodin, piel color de mantequilla derretida, ojos pardos), pero al minuto que tropezara, pregúntenle a Tom Brady, harían fila para patearlo en sus, seguramente, esponjosas pelotas.


Sin padre ni universidad: Sus dos heridas abiertas.
Los defensores de Rodríguez (y sus empleados) responden rápidamente: Dios, el tipo no ha matado a nadie. Pero sí lo ha hecho. A-Rod asesinó a Alex Rodríguez. A-Rod secuestro brutalmente y reemplazó al virginal, bilingüe, mestizo, niño maravilla, al fenómeno cachetón cuyo único camino era hacia la cima. A-Rod killed the radio star*, y su caída de la gracia rompió con toda la simbología y el mito de lo que significa ser un atleta superhéroe en los Estados Unidos modernos.

Algunos detractores de Rodríguez están menos ofendidos por sus pecados mortales de lo que lo están por los veniales. Para ellos, se trata del instinto infalible que le daba su óptica privilegiada. Golpear el guante de un pitcher. Despreciar a los Red Sox. Besar un espejo. Faltarle al respeto a Jeter. Salir con Madonna -de todos sus líos, el más dañino (desde el punto de vista de las relaciones públicas, le habría ido mejor si hubiera salido con Bernie Madoff. De hecho, le habría ido mejor si hubiera manejado una bicicleta doble por Broadway con Madoff en el asiento de atrás y repicando una pequeña campanita). Otros detractores se enfocan más en lo verbal que en lo visual y desatan su odio por algunos errores de pronunciación del inglés, que ha tenido varios. Rodríguez es ese producto inevitable de una época centrada en la imagen y menos en las letras, un hombre bilingüe que no tiene una casa en ningún idioma.

Y aun así, si las palabras no habían sido sus amigas, con frecuencia fueron sus cómplices. No importa por dónde se le vea -el impostor insufrible, la leyenda contaminada, el chivo expiatorio acosado, el ángel caído, el humano imperfecto- es difícil argumentar que Rodríguez es un buen muchacho, porque hay un hecho que nadie puede negar. En múltiples ocasiones Rodríguez miró directamente a las cámaras de televisión, a los micrófonos de estaciones de radio, a las caras de fanáticos, amigos y reporteros y dijo cosas rotundamente falsas.

¿Cuántas pastillas, cremas y agujas había usado? ¿Cuánto habían ayudado esos químicos a sus ya de por sí enormes dones físicos? Esas y otras preguntas serán objeto de debate por toda la eternidad y nunca serán totalmente respondidas, pero ya no habrá debate sobre la credibilidad de Rodríguez. Es un mentiroso probado, reincidente, y por eso, mientras se prepara para regresar de la más prolongada suspensión por esteroides de la historia del beisbol, mientras se reacondiciona física y mentalmente para su entrenamiento de primavera número 21, mientras que hay un enorme interés en su historia, no hay utilidad en sus declaraciones.

Más allá de la utilidad, no hay manera.

Toma una declaración de Rodríguez, ponla entre comillas y mira lo que sucede; se hará nata como leche de varios días. Las palabras se hacen inestables, inservibles, extrañamente irónicas. No es una opción, citarlo o no cotarro, es simple ciencia, obediencia de las leyes naturales, una alquimia loca entre su credibilidad y los signos de puntuación. Escribir una declaración de Rodríguez es como poner pastillas de menta en una coca cola. Producirá una gran ola, todo mundo se emocionará por tres segundos y después sólo quedará el desastre y uno se pregunta qué habrá conseguido, además de algunas dificultades y una mancha permanente.

De hecho, no te molestes en sacar una grabadora o una libreta de apuntes en presencia de Rodríguez. Además de provocar una reacción física en él: Cara de Zombie Relajado. Y además de que fuera de grabación apenas dice más que "Salud" cuando alguien estornuda, él perdió su derecho a la exactitud. No hay tal cosa como literalidad para él. Por lo menos no por ahora. Su suspensión se terminó pero también se acabó la suspensión de la incredulidad del público. Si el alberga esperanzas de recapturar la confianza pública, de reparar su imagen, será a través de acciones, no de palabras.


Toda la felicidad y miseria humana toma forma a través de las acciones, decía Aristóteles, y mientras contaba historias, porque la vida es una historia que nunca termina, lo que vale para una historia muchas veces vale para la ética. Rodríguez, muy en el fondo, lo sabe. Sabe que no será hablando como salga del purgatorio. Cuando se lo recuerdas, sólo asiente con la cabeza. Lo sé, lo sé. Tienes razón. Y sabe que está condenado a aprenderlo una y otra vez.

Por ejemplo: Él manejó una noche de sus oficinas en Coral Gables, Florida a una universidad en el centro de Miami para asistir a una conferencia de Magic Johnson y el billonario Mike Fernández. Los dos hablan de sus éxitos en los negocios y cientos de aspirantes a emprendedores están en el lugar. En cierto punto, Magic buscó entre los asistentes a gente famosa. "¡Tenemos a Ray Allen!" Fuerte ovación. "¡Y por acá tenemos a Alex Rodríguez!" Aplausos, pero menos fuertes.

Más tarde, en un café en el Design District, compartiendo un plato de pescado asado y calamares con una amiga, Rodríguez se sentía iluminado. Animado, envalentonado por esos aplausos, habla de cuánto quiere regresar a jugar, ayudar al equipo, mezclarse con sus compañeros, que ya no se trate de él nunca más, y sus palabras son inusualmente contundentes, su tono abiertamente sincero. Él es nuevamente el fenómeno con un camino sólo ascendente. Se mira esperanzado, suena esperanzado, mientras hay cierta agitación por esa esperanza enfrentando tanto odio, también parece poco caritativo seguir odiando frente a tanta esperanza.

Cuando se le preguntó cómo sonó todo esto en sus oídos, la amiga frunció el ceño y dijo: Como un montón de mierda.

La cara de Rodríguez se ensombrece.

Te creo, le dice su amiga. Sé que lo dices con sinceridad, pero tus palabras no van a convencer a nadie.

Rodríguez baja la mirada. Estudia la mesa de madera. Se ve como si los calamares no le hubieran sentado bien. Pero asiente con la cabeza, lo entiende.

Nadie puede decir con precisión cuándo empezó la educación de Alex Rodríguez. El propio Rodríguez no lo sabe, su mente no trabaja de esa manera. La gente que lo rodea tampoco lo sabe. Como la Cruz Roja después de un huracán en el sur de Florida, han estado un poco ocupados. Pero juran que existe ese proceso de educación en casa. Tal vez sea una pregunta injusta de todas maneras. ¿Cómo se mide el inicio de una evolución, de una metamorfosis, de un fortalecimiento del carácter? Una curva de aprendizaje no es la trayectoria de un jonrón. No siempre se empieza en el home plate.

Aun así, una fecha salta. Enero 12 de 2014. O algo cercano a eso.
Está sentado en su apartamento en Manhattan, encabronado como Aquiles, echando humo como el Satán de Milton, exhortando a sus tropas a una batalla contra Major Leagues Baseball y el comisionado Bud Selig, desesperado por obtener una reducción de su suspensión de 162 juegos por usar drogas para mejorar el rendimiento. Propone luchar hasta la muerte, demandarlos a todos, pero hoy la pelea ha empezado a parecer condenada, fútil…equivocada. Después de todo, él cometió la falta.

Contacta a Jim Sharp, un temido litigante de Washington, ex marino, un hombre directo de Oklahoma, de 70 años, y al teléfono Sharp le dijo directamente: estás arruinando tu vida.

Esto lo sacude. Hunde todo el plan. Esa fue la cosa que hizo que Rodríguez se detuviera e hiciera un balance.

Camina por su apartamento, tanto como lo puede hacer un hombre con dos cirugías de cadera. Apenas hace dos años su doctor lijó y redujo la rótula de la pierna para que amoldara mejor a la cavidad de la cadera. Tres décadas de repetir el movimiento de batear, de apretar y girar su descomunal marco físico de un metro noventa, causó una acumulación de calcio, que se convirtió en una compresión que detenía la rotación de la cadera que no sólo alentó el swing de Rodríguez, hizo que se viera como una estatua en el plato durante la postemporada de 2012 y le inutilizó la parte baja del cuerpo. El día de la cirugía no podía levantar la pierna ni media pulgada.

Ahora, se sienta. A través del dolor, de la fatiga, ve con total claridad que Sharp tenía razón. Se ha acabado. Llamó de regreso a sus tropas, instruyó a su círculo cercano para que preparara un pronunciamiento de que abandonaría cualquier litigio, que aceptaba la suspensión con efecto inmediato.

Su círculo cercano le dijo que estaba cometiendo un grave error. Pelea, pelea, pelea, le decían -una persona incluso usó esas mismas palabras. Así que reconstruyó su círculo cercano, creo uno nuevo, uno más pequeño, éste conformado por mediadores, sensatos oriundos del medio-oeste, gente de paz.
Desgastado, deprimido, desesperado y sin empleo por primera vez en su vida adulta, se encerró y se impuso un voto de silencio mediático, que no es fácil. Como dijo Henry Adams en La educación de Henry Adams: "Él nunca batalló tanto para aprender un idioma como lo hizo para mantener la boca cerrada…"

Entonces hizo una lista. Él ama las listas, las hace todo el tiempo, usualmente en una de esas libretas de hojas amarillas. En esa nueva lista escribió los nombres de las personas a las que debía hablarles por teléfono inmediatamente. Personas a las que les debía una disculpa. Personas a las que les debía una explicación. Amigos, dueños, compañeros con los que debía ser totalmente directo. Uno por uno marcó los números en su Blackberry con manos temblorosas. Le dijo a cada persona de la lista que sentía mucho todo el drama que había causado, que estaba determinado a recuperar su confianza y que esperaba que le dieran una oportunidad. Por supuesto, él no les contó toda la historia, porque nunca le ha contado la historia completa a nadie. Ninguna persona, viva o muerta, sabe toda la historia; sólo dos personas la saben casi toda. Pero, a la gente de la lista les dijo más de lo que estaba acostumbrado a decir, más de lo que siempre quiso decir, lo que hizo de cada llamada un río de hierro ardiente. Se sintió aliviado cuando las voces de las personas de la lista le decían que agradecían su llamada, que le deseaban buena suerte en los días difíciles por venir. Misericordia, compasión, era mucho más de lo que había esperado, más de lo que merecía. Significaba que estaba en el camino correcto.

Ahora, hizo otra lista. Personas a las que les debe una disculpa especial, una más completa de detallada explicación y una que será mil veces más difícil de hacer llegar. En esa lista sólo escribió un nombre.

Natasha.

Rodríguez tiene dos hijas -Ella de 5 años y Natasha de 9-. Ellas son las primera cosa que uno ve cuando entra a sus oficinas, dos enormes retratos colgados en la pared, detrás de su escritorio, incluso antes de sus trofeos de Jugador Más Valioso. A lo largo del escándalo, Rodríguez y su ex esposa Cynthia, han estado en alerta roja tratando de proteger a las niñas, apagando televisiones, escondiendo periódicos. Pero pronto, temen, Natasha va a escuchar algo. Ella y sus amigos tienen la edad suficiente, alguna flecha de burla romperá tarde o temprano la burbuja de protección. Además ella es lista, y un día cualquiera será capaz de atar cabos y preguntarse ¿por qué papá ahora está en casa todo el tiempo? ¿por qué ahora puede llevarlas a ella y a su hermana a la escuela? Empezará a hacer preguntas, Rodríguez piensa anticiparse a esas preguntas con un caudal de respuestas. Decidió que esa será una parte vital de su suspensión. Si no hace nada en todo el año, tiene que hacer esto. Amor y verdad, y la manera de salir del lugar oscuro en el que se encuentra es decirle la verdad a Natasha.

Pero no ahora. No en enero de 2014. Todavía no ha llegado a ese punto de su educación.

Se encuentra con una amiga en una librería para tomarse un café en Coral Gables. Su juego, su carrera, su vida, todo pende de un hilo. Le dice que está asustado. Está realmente asustado. Ella lo conoce desde que era un niño y nunca lo había visto así. Antes de despedirse caminan por la sección de libros de autoayuda y ella lo ayuda a encontrar un libro. Rompiendo el hábito de ser uno mismo. Cómo perder la cabeza y crear una nueva.
Libros, se dijo a sí mismo, montones de libros -eso también será parte vital de sus suspensión-.

Romper le hábito de ser Rodríguez. ¿Eso también incluirá renunciar al beisbol? Tal vez. Tal vez no haya otra manera, piensa, y en esos primeros días pasa horas y horas pensando en el retiro. Tiene dos cirugías de cadera, 38 años, ¿cuál es el punto? Por qué no darle a la gente lo que quiere y desvanecerse. Dejarlo ir.

Mira hacia el espacio, imaginando cómo se sentirá no volver a vestirse de rayas nunca más, nunca más pararse en la caja de bateo. No ganar más. Pero no puede imaginárselo. Tiene una imaginación muy activa, pero no puede imaginarse eso.

Todo aquel que lo conozca sabe que este es un hombre cuya idea de una tarde perfecta es pulir sus bates. Hechos específicamente para él -Color negro carbón, 34 pulgadas, 32 onzas, triple cruce, su nombre escrito con láser en el barril-, pocas cosas le son más placenteras que sacarles brillo, ponerles cinta en el mango, examinar las raspaduras para ver con precisión dónde le pega a la bola. Este es un hombre que todo lo analiza en términos de beisbol. Una situación difícil es un slider en la parte de adentro del plato. Una situación estresante con poco tiempo para resolverla es tener las bases llenas en el cierre de la novena. La persona más arriba en una línea de trabajo en Babe Ruth. Rodríguez siempre quiere saber quién es el Babe Ruth de tu oficio, quién es el Babe Ruth de la escritura, quién es el Babe Ruth de la actividad financiera, quién es el Babe Ruth de cuidar niños.

No, él no puede alejarse del beisbol, no todavía, su amor por el juego es demasiado fuerte. Y cree que todavía tiene mucho juego dentro de sí. Sabe que si puede rehabilitar su cadera, poner su mente en orden, puede ser grandioso de nuevo. Tal vez sólo por una temporada, por un juego, pero ser grandioso de nuevo. Se lo debe a los fans, al juego, a su equipo.


Por supuesto también hay 61 millones de dólares en salario para él si regresa. Puede decir que el dinero no le importa, y lo dice a menudo, pero ¿quién en su sano juicio le creería?

La sola consideración del retiro abre las puertas de la memoria y él no las puede cerrar de nuevo. Su mente corre hacia atrás, como un infielder buscando un elevado. Puede ver sus inicios, los primeros indicios, sentado junto a su padre en su pequeña casita en Westchester, Florida, viendo a los Mets y a los Braves. La tele es viejísima, la señal desastrosa, pero a su padre, un catcher retirado de la Liga Profesional de República Dominicana, no le importa, así que a su hijo de 9 años tampoco.

Su padre lo llamaba Pipiolo (expresión coloquial que significa "joven" o "inocente"), y le enseñaba todo lo que tenía que ver con el juego de pelota y nunca era suficiente. Rodríguez lo asediaba con preguntas todo el tiempo. Él quería aprender, por supuesto, pero las preguntas no eran realmente a cerca de educación. El niño quería capturar el corazón de su viejo, atraer su atención, lo que no era fácil porque el hombre era alcohólico -dos six paks cada noche- y apostador. Jugaba a los caballos y bolita, y perdía más que ganaba.

Un día, cuando Rodríguez tenía 10 años, regresó de la escuela y la casa estaba inusualmente tranquila. La tele apagada. Su padre se había ido. Había cerrado su tienda de zapatos y se había ido a Nueva York a buscar otro sitio para la zapatería. Al menos eso le dijo su mamá. Sólo estará fuera un ratito, le dijo. Pero ese ratito se convirtió en para siempre (en español en el original).

Mientras creía, Rodríguez se culpaba por el abandono de su padre. Seguramente él hizo algo, o dijo algo que hizo que su padre se fuera. Se odiaba a sí mismo y también se compadecía a sí mismo. Temía que la falta de padre le impidiera avanzar en la vida. Un padre es un educador. Un padre le enseña a un niño más cosas además de beisbol. Un padre enseña sobre dinero, mujeres, sobre lo que está bien y lo que está mal. Un padre impone disciplina y moral. La mamá de Rodríguez no disciplina, es demasiado dulce y él es demasiado grande. Y ambos saben que él es la única esperanza que tienen de salir de ese casa, de ese vecindario. Entonces no pueden hacer algo mal. Cuando sobrevino la suspensión Rodríguez tuvo una revelación: En toda mi vida, nunca fui castigado, nunca me dijeron que no…hasta el 162.

Pero, ¿cuál fue la peor parte de perder a su padre? Todas esas preguntas. Él tenía muchas más y nunca pudo decirlas. Han pasado 30 años, y sigue preguntándose cosas. Todas las personas de su entorno dicen que Rodríguez siempre está haciendo preguntas. Cada conversación es un interrogatorio. Es su proceso, así es como interactúa con el mundo. Así es como aprende.

Es así como recrea ese paraíso perdido con su padre.

lunes, 11 de agosto de 2014

El misterio del screwball que se desvanece

No me detendré mucho en mentarme la madre por no postrar en este sagrado espacio por tanto tiempo, seguramente ustedes, caros lectores, lo hacen a cada rato.
Les presento uno de los mejores textos que este mugriento blog haya tenido: un perfil de una de las pichadas más devastadoras que haya visto el beisbol en sus más de 100 años de historia, el screwball, y su desaparición de los repertorios de los pitchers de Grandes Ligas.
Salud pues.



El misterio del screwball que se desvanece

Bruce Schoenfeld
New York Times Magazine; Julio 10, 2014


Héctor Santiago de Los Angeles Angels estaba sentado a la mesa de un restaurant en Glendale, Arizona, en marzo, sosteniendo una naranja en su mano izquierda. Formó un círculo con el pulgar y el índice, luego extendió los dedos restantes alrededor de la fruta, separados por media pulgada. Estaba demostrando cómo lanza su screwball, que es el mejor del beisbol porque nadie más tiene uno.
            El secreto, dijo, es no ejercer presión alguna con el meñique ni con el anular. Mientras movía el brazo hacia adelante en una simulación en cámara lenta, apretaba la naranja con el dedo medio hasta que la mayor parte de su mano quedó justo debajo de la fruta, creando un giro hacia la derecha. “Como ir manejando sobre las ruedas derechas de un carro en una curva”, dijo.
            Más temprano ese mismo día, en un juego de Spring Training, Santiago, un lanzador zurdo de 26 años oriundo de Newark y en su cuarta temporada, le lanzó un screwball al jardinero estelar de los Milwaukee Brewers, Carlos Gómez. Su lanzamiento anterior, una recta de 94 millas por hora. El screwball se aproximó al plato a 76 millas por hora. La diferencia de velocidad por si sola hubiera sido difícil de procesar para el bateador, pero el giro hacia la derecha causó además que la bola cayera y virara hacia la izquierda, alejándose del bateador derecho, en vez de acercarse, como lo hubiera hecho una curva. Gómez abanicó con fuerza y falló. “Lo estaba esperando. Me lo lanzó. Y desapareció. Pongan a ese tipo en hielo. Va a ganar un montón de juegos”, dijo.

            El menú de un pitcher típico incluye una recta, una curva y un cambio de velocidad como si fueran carne y papas, quizá un slider, una recta cortada o un sinker al lado. Pero el screwball es un platillo completamente diferente. Aquellos que lo sirven regularmente son vistos como rarezas, custodios de un peculiar arte más allá del reino del pitcheo convencional. Con el tiempo, la palabra misma se ha dado a las características tanto del lanzamiento como a quien lo realiza: errático, irracional o ilógico, inesperado. A diferencia de la bola de nudillos, que es fácil de lanzar pero difícil de dominar por completo, el screwball requiere una habilidad especial sólo para llevarla al plato. El exitoso lanzador de screwballs debe superar una incómoda sensación similar a intentar abrir un frasco de mayonesa mientras se empuja la muñeca hacia delante a velocidad extrema. La lista de practicantes incluye a algunos de los más grandes lanzadores de la historia: Christy Mathewson, Carl Hubbell, Warren Spahn, Juan Marichal.

(Carl Hubbel, a quien se le atribuye la invención del screwball)

En 1974, Mike Marshall de Los Angeles Dodgers ganó el premio Cy Young de la Liga Nacional apoyado en su screwball. Tug McGraw usó el suyo para ganar tres Series Mundiales como relevista de los Mets y los Phillies. En 1984, el lanzador de screwballs de Detroit, Willie Hernández, fue el mejor pitcher de la Liga Americana y Jugador Más Valioso. El último gran practicante fue Fernando Valenzuela, de los Dodgers, quien lanzaba una larga lista de pitcheos, ninguno tan prominente –o efectivo- como su screwball.
            Hoy muy pocos, si es que algún, jugador de ligas menores son conocidos por emplear ese lanzamiento. A los jóvenes se les recomienda no usarlo por una vaga noción de que arruina los brazos. “Los pitchers se rindieron con el screwball”, aseguró Don Baylor, ex jugador y ex manager, que hoy trabaja con los bateadores de los Angels. “Los coaches ni siquiera hablan de él. No está en la ecuación”.
            Muchos de los mejores bateadores nunca han visto un screwball. Esta primavera, pasé algún tiempo en cerca de 12 clubhouses haciendo preguntas sobre la pichada. “Tal vez la he visto en un juego recreativo”, aseguró David Freese, tercera base de los Angels. “Pero nunca he escuchado en una junta de bateadores que alguien diga: ‘Este tipo tiene un screwball’. Nunca ha salido en la conversación. Ni siquiera estoy seguro de saber qué es eso”.
            Como resultado, el lanzamiento ha alcanzado proporciones míticas. “No creo que eso sea físicamente posible”, me dijo una mañana Buster Posey, cátcher de los San Francisco Giants y MVP en 2012. “No puedo creer que un lanzador derecho pueda hacer que la pelota se mueva como si fuera zurdo. No lo creo”.
            El locker de Posey está en la esquina del clubhouse junto al de casi todos los pitchers, incluido Tim Hudson. El veterano lanzador de rectas coincidió en Oakland como Jim Mecir, un derecho que lanzó screwballs entre 1995 y 2005. “Creo que nunca había visto uno de esos”, intervino. “Yo creía que los screwballs eran muy buenos cambios de velocidad. Entonces Mecir lanzó uno y quebró como una curva en reversa. Ahí fue cuando entendí”.
            Madison Bumgarner, lanzador abridor, hizo un gesto de incredulidad. Eso llevó a Jeremy Affeldt a salir en defensa de Hudson. “Yo jugué con Danny Herrera en Cincinnati”, dijo. Herrera fue el último jugador de Grandes Ligas, antes de Santiago, en emplear el lanzamiento con regularidad. Affeldt recordó como Herrera entró a un juego con las bases llenas y Ryan Howard al bate. Con dos strikes, Herrera lanzó un screwball. “Howard se quedó como diciendo: ¿Qué diablos?”, dijo Affeldt. “no supo qué hacer. Ponchado”. Affeldt tomó su teléfono para buscar un video de ese lanzamiento.
            Bumgarner se mantuvo escéptico. “Si alguien fuera capaz de hacer eso, no duraría más de tres lanzamientos”, dijo.
            “Lastima el hombro”, dijo el ganador de dos trofeos Cy Young Tim Lincecum mientras tomaba su guante y se dirigía al campo. Bumgarner lo siguió.
            “Eso no existe”, dijo dirigiéndose a Affeldt.
            “¡Yo estuve ahí!, gritó Affeldt mientras continuaba su búsqueda. “¡Yo lo vi!”.
            La apoteosis del screwball en la historia moderna del beisbol tuvo lugar el 19 de octubre de 1981, cuando Valenzuela, entonces un novato de 20 años, enfrentó a los Montreal Expos en el juego decisivo de la Serie de Campeonato de la Liga Nacional. “Mañana voy a lanzar principalmente screwballs”, le dijo Valenzuela al coach Manny Mota durante la cena. “Sólo mira”.
            Aunque no existen récords que lo confirmen, ese día Valenzuela probablemente lanzó más screwballs que los que se han visto en la mayoría de los parques de Grandes Ligas en la última década. Permitió tres hits en ocho entradas y dos tercios, venció a los Expos 2-1 y llevó a los Dodgers a la Serie Mundial, que le ganaron a los Yankees. “Estaba funcionando, así que lo tiré una y otra y otra vez”, me dijo Valenzuela. “Fue uno de mis mejores juegos”.
            Valenzuela aprendió el lanzamiento dos años antes de Bobby Castillo, un relevista en la parte final de una carrera sin mucho éxito. “Me tomó un tiempo”, dijo Valenzuela. “Pero terminó siendo mi mejor pichada”. Esa temporada ganó sus primeras ocho decisiones y se convirtió en el primer novato en ganar el premio Cy Young. El éxito de Valenzuela durante la mayor parte de los años 80 ayudó a mantener al screwball en el mapa. Siguió la temporada de MVP de Willie Hernández. Así como el juego perfecto de Tom Browning, quien ocasionalmente usaba el screwball, en 1988. Uno puede ubicar el lanzamiento en los principios del siglo XXI, pero con el tiempo se desvaneció. A cuatro meses de la temporada 2014 es seguro afirmar que Santiago es el único pitcher que ha lanzado un screwball este año. “No puedo recordar la última vez que vi uno”, dijo Tim McCarver, ex cátcher de Grandes Ligas y comentarista de larga trayectoria.
            El declive del screwball puede ser atribuido a la emergencia de otros lanzamientos de baja velocidad: el cambio en círculo, la recta cortada y el lanzamiento de tenedor. (Aunque ninguno de estos es un reemplazo efectivo del screwball, que le permite al pitcher lanzar una pelota que quiebra alejándose del bateador de perfil distinto). Una explicación completa es mucho más complicada, sino es que ilógica. 
            Los finales de los años 60 y principios de los 70, cuando la mitad de los equipos tenían un lanzador de screwballs en sus staffs, fue una era de toques de pelota, de jugadas de hit and run, de curvas lentas que intentaban generar rolas al cuadro. La mayoría de los juegos terminaban con marcadores como 4-3 o 3-2- Hoy, en costraste, los lineups de Grandes Ligas están cargados de jugadores que pueden batear jonrones, y la mayoría de los pitchers intentan anular esa posibilidad con ponches. En esta batalla de artillería pesada, no hay espacio para la caballería. “Poder se ha convertido en el nombre del juego”, dijo Alan Dunn, coach de picheo en la Universidad Estatal de Louisiana, que el año pasado envió a cuatro pitchers al draft de jugadores amateurs. “Ahora se busca a tipos que puedan lanzar a 96 o 97 millas por hora y que avancen hacia Grandes Ligas en base a su poder”.
    Un screwball puede hacer que un bateador se vea ridículo, pero no es un lanzamiento especial para ponchar. Con su impredecible quiebre, suele provocar rolas al cuadro. “Obtienes un montón de outs fáciles y feos”, dije Mark Gubicza, quien pasó 13 años lanzando sliders para los Royals. “La pelota empieza justo ahí, tú piensas que la tienes, pero luego se desvía y sólo puedes alcanzarla sin hacer buen contacto. No es poderosa, pero es efectiva”.
            En una cultura del poder, el potencial del screwball ha sido olvidado. Los pitchers que ponchan muchos bateadores consiguen ofertas de becas universitarias y llegan a la pelota profesional. Es sólo cuando un pitcher falla en convertirse en el nuevo Nolan Ryan que empieza a buscar otros caminos para mantener su lugar en el roster. Tal vez intenten lanzar con el brazo extendido, añadir una recta cortada, incluso una bola de nudillos, a su repertorio. Si existe un área de oportunidad para el screwball en el juego de hoy, es justamente en el intersticio entre el éxito y el fracaso. “Necesitas encontrar a alguien en ligas menores que tenga todos los intangibles, que sea un buen muchacho, al que le falte sólo un poco de talento para llegar a Grandes Ligas”, dijo Rick Waits, coach de pitcheo de los Mariners. “Llegas con él y le dices: Necesitas un lanzamiento más. Un arma diferente, y ésta es”.
            “Eso me describe perfectamente”, dice Héctor Santiago, refiriéndose  a la explicación de Waits.
            De acuerdo a Joe Moeller, buscador de talentos de los Miami Marlins, sin el screwball Santiago es “un pitcher de Grandes Ligas por debajo del promedio”. Me senté con Moeller y otros scouts en marzo, para ver lanzar a Santiago. Moeller parecía sorprendido de que alguien con una buena recta, algo de comando y muy poco más fuera a iniciar la temporada en la rotación de abridores de un equipo contendiente.
            Entonces vio a Santiago lanzar una pichada que quebró con tal violencia que el bateador, Logan Schafer, le preguntó al cátcher, Hank Conger, qué tipo de lanzamiento era ese. Moeller, quedó igualmente sorprendido. Nunca había visto el screwball de Santiago antes y casi brincó de su asiento. “Si puede lanzar eso, que es definitivamente lo que llamamos ‘lanzamiento plus’, si puede ponerlo en su mezcla de picheos, es un lanzador convincente”.
            La carrera de Santiago languidecía cuando empezó a lanzar el screwball. Después del Junior College en Florida, firmó para los Chicago White Sox. En enero de 2009, jugando pelota de invierno en Puerto Rico, conoció a Ángel Miranda, quien pasó cuatro años con los Brewers (de 1993 a 1997) y que continuaba pichando más de una década después en diferentes ligas, haciendo outs a bateadores profesionales. Cuando Santiago le preguntó cómo lo hacía, Miranda le enseñó el screwball.
            Santiago pasó las temporadas de 2009 y 2010 afinando su screwball, pero nunca lo usó en un partido. En 2011, fue asignado a una tercer temporada en la Liga de California, Clase A. “Yo pensaba: soy bueno, pero no estoy yendo a ningún lado. Tenía buenos números, nadie me apaleaba. Pero necesitaba algo que ayudara a salir de ese hoyo”, dijo.
            El screwball tiene fama de ayudar a pitchers a hacer justo eso. Cuando Carl Hubbel fue dejado en libertad por los Tigers en 1928, fue a un equipo de ligas menores en Beaumont, Texas, perfeccionó su screwball y luego de eso ganó 253 juegos para los Giants. Warren Spahn empezó a usar ese lanzamiento en 1956, cuando tenía 34 años, con una carrera que parecía llegar a su fin. Luego de eso tuvo seis temporadas con 20 juegos ganados para los Braves. Después de tener récord de 4 ganados y 19 perdidos entre 1965 y 1967, Tug McGraw se reinventó a sí mismo como un lanzador de screwball y pitcheó hasta 1984. “El screwball ha salvado a un montón de pitchers”, aseguró Ron Swoboda, ex compañero de equipo de McGraw. “Cuando Tug lo encontró, encontró oro”.
            La curva de Santiago es tan drástica como las anteriores. A dos meses de iniciada la temporada de 2011, pasó de Clase A a Clase AA a la Ligas Mayores. Sólo podía lanzar cinco o seis screwballs por juego, pero una vez que los bateadores esperaban esa pichada, sus otros lanzamientos se volvieron más efectivos. “Tenía a los bateadores derechos adivinando. O abanicaban mucho antes o simplemente miraban el lanzamiento. Nunca habían visto algo como eso”. En 2012, Santiago tuvo un récord de 4 ganados 1 perdido, con 3.33 de carreras limpias admitidas para los White Sox. La temporada pasada se convirtió en pitcher abridor. Batalló con el control y sólo ganó cuatro de sus 13 decisiones, pero tuvo un más que resptable 3.56 de carreras limpias admitidas.
            Santiago tuvo la fortuna de que sus coaches lo dejaran lanzar su screwball, dada la reputación del lanzamiento de destruir brazos. Los pitchers representan una inversión considerable –desde 500 mil a 215 millones de dólares en salarios garantizados, además de los costos de entrenamiento y asesoría- las lesiones siempre son una preocupación. Los lanzadores regularmente son tratados con delicadeza, como si fueran caballos pura sangre, especialmente en la actual epidemia de lesiones de brazo y hombro.
            “La creencia popular es que el screwball es duro con los brazos, pero no hay documentación que respalde esa creencia. Quizá esa es la razón por la que no se usa, pero yo creo que ninguna pichada es más peligrosa que otra si se ejecutan con la mecánica apropiada. Si el pitcher tiene una mala mecánica de lanzar cualquier lanzamiento es peligroso”, aseguró Don Cooper, coach de pitcheo de Chicago.
            Entre la gente de beisbol, la opinión de Cooper es minoritaria. Las historias espeluznantes sobre el screwball son comunes. “Cuando íbamos en el camión y veíamos a un tipo con el brazo doblado al revés, decíamos: Sí, un viejo lanzador de screwballs”, recuerda Tim McCarver.   
            Jerry Dipoto, gerente general de los Angels, me dijo que Carl Hubbel solía visitar a los Giants en los campos de entrenamiento después de su retiro. “La leyenda dice que mientras caminaba su brazo se doblaba hacia atrás. No podía regresarlo a su posición natural por todos los años que pasó tirando screwballs”.
            El cómo es que el screwball causa lesiones está abierto a debate. “Es demasiado duro para el hombro”, insistió el manager de Arizona, Kirk Gibson. “El codo”, dijo el ex manager de los Dodgers, Tom Lasorda. Incluso Santiago reconoce la posibilidad: “Me dijeron que es malo para la muñeca”. Él sigue lanzando la pichada porque, asegura. “uno no escucha mucho acerca de pitchers lesionados de las muñecas”.
            Sin importar que haya habido pitchers que usando el screwball siguieron lanzando con 30 y 40 años, o que Valenzuela, que actualmente tiene 53, sostenga que puede lanzarlo hoy; cuando hablé con jugadores y coaches acerca del screwball, la idea de alguna lesión nunca estuvo lejos de la discusión.
            Sin embargo, Dipoto cambió a su primera base titular, Mark Trumbo, por Santiago en 2013. Ayudó que Mike Scioscia, el manager de los Angels, fuera el cátcher por mucho del tiempo que Valenzuela lanzó para los Dodgers. Scioscia vio a Valenzuela hacer 255 salidas consecutivas sin perder un solo turno y lanzar 20 juegos completos en una temporada.
            Santiago estaba emocionado con que se nuevo manager tuviera esa conexión con Valenzuela, el santo patrono de los screwballers. En 2011, después de que empezara a lanzar la pichada en juegos de exhibición, Santiago estaba entrenando con otros prospectos en las instalaciones de ligas menores de los Angels, en Arizona, cuando reconoció a alguien que lo miraba a la distancia desde un carrito de golf. “Era Fernando, había escuchado que alguien estaba lanzando screwballs y vino a ver. No lo podía creer”. Un coach llamó aparte a Santiago. La plática no pudo terminar más rápido. Él quería lanzar su screwball para Valenzuela, platicar sobre la técnica; quería deleitarse con el lazo espiritual que los unía, su pertenencia a la misma extraña orden monástica.
            Pero como muchos íconos religiosos, Valenzuela probó tener poderes para desaparecer. “Para cuando regresé, se había ido”.

(Fernando Valenzuela y el inconfundible follow up del screwball 
-nótese la rotación anti natural del braze y el codo-)

Después de visitar ortopedistas, me convencí de que no existían investigaciones que pudieran terminar la discusión sobre si el screwball daña el brazo. Pero el doctor Paul Sethi, un ortopedista de Connecticut, estaba dispuesto a generar más datos. Sethi es un discípulo de Frank Jobe, el hombre que hizo un injerto colateral-cubital en el codo de Tommy John en 1974 y con ello creó la conexión beisbol-medicina más famosa desde el Mal de Lou Gehrig. Conocí a Sethi en el Centro de Análisis del Movimiento, en Farmington, Connecticut, un salón de cien pies de largo iluminado como si fuera una sala de teatro. Una docena de cámaras montadas en las paredes. Matt Bartolomei, pitcher de 26 años con los brazos tatuados, estaba parado en un montículo de lanzar portátil mientras los técnicos pegaban sensores de movimiento en su cuerpo.
            En los últimos 12 años, un equipo liderado por el cirujano Carl Nissen ha realizado investigaciones sobre el estrés inherente al pitcheo. En algún momento, Major League Baseball le dio recursos al centro para que investigara por qué tantos pitchers se estaba lesionando. Como los resultados contravenían la sabiduría popular –que ciertas pichadas son más dañinas que otras, por ejemplo- Nissen cree que MLB ya no quiso apoyar nuevos estudios del centro. “Somos cazadores de mitos. Creencias que han pasado por generaciones y que no tienen sustento científico. No es la curva lo que daña el codo, como todo mundo dice. Es la recta lanzada una y otra y otra vez. Simple Física”.
            Yo también creía que tenía un mito listo para ser cazado. Pero es difícil encontrar un lanzador de screwballs que pueda viajar a Farmington para realizar los estudios. Quería que Santiago lo hiciera, pero los Angels no tenía juegos en una ciudad cercana esos días. Además, Santiago había empezado mal la temporada, el screwball funcionaba bien, pero tenía problemas con todo lo demás: su mecánica, la colocación de sus pichadas, su hiper intensidad. Perdió sus primeras seis decisiones de la temporada y Scioscia lo envió al bullpen. Supuse que no estaría en humor para participar en un experimento científico.
            Traté con varios ex pitchers que alguna vez usaron el screwball, algunos durante los años 80, pero ninguno le dedicaría un día a desacreditar un mito. Finalmente encontré a Bartolomei, que había lanzado screwballs en la universidad –y fue uno de los últimos pitchers en hacerlo, antes de que la actual generación ignorara por completo el lanzamiento-.
            Matthew Solomito, un ingeniero biomédico, que junto con Nissen lidera el equipo de investigación le pidió a Bartolomei que lanzara su screwball para grabarlo con las cámaras. Más tarde, en la grabación en cámara lenta, la bola parecía un avión controlado a distancia que súbitamente cambiaba su plan de vuelo. “¡Está quebrando hacia fuera!”, gritaba Sethi. “¡Miren eso!”
            Nissen narraba la pichada de principio a fin. “Ahora la bola casi deja su mano, sus dedos están directamente atrás de la bola, definitivamente ha cambiado su manera de sostener la pelota”. En ese punto, los datos indicaban que, el punto máximo de estrés para el brazo y el hombro ya habían pasado. “Para el momento en el que un screwball se convierte en un screwball”, concluyó, “una lesión ya ha sucedido o no. El screwball no tiene nada que ver con ello”.
           La fuerza ejercida por el codo de Bartolomei mientras lanzaba un screwball fue casi idéntica a la que se usa para lanzar una recta, y menor a la que se emplea para la curva. El estrés para el hombro es similar. “De hecho, el screwball no excede a la recta en ningún parámetro”, aseguró Sethi. Aunque advirtió que los resultados no son definitivos, porque sólo se trata de datos de un pitcher, "pero al comparar los datos obtenidos con las bases de datos estándar, me da escalofríos”, dijo.
            Si él y Nissen pueden confirmar sus conclusiones, Sethi cree que se puede rescatar el screwball de su casi extinción. Mientras fue asistente de Jobe en Los Angeles, él trabajó con los pitchers de los Dodgers y le gusta la idea de contribuir a su causa. Yo no estoy tan seguro de que un doctor pueda revivir el screwball. Para que un lanzamiento sea usado con regularidad por pitchers de Grandes Ligas, o incluso por pitchers de Pequeñas Ligas, se necesita una mejor estrategia de venta que la mera seguridad de que no causa lesiones.
            “Si llego al Juego de Estrellas este año, un montón de gente empezará a lanzar screwballs”, me dijo Santiago. Pero eso no sucedió. El 21 de mayo, fue enviado al equipo de ligas menores de Salt Lake City. Regresó poco después, pero perdió su primera apertura para ser el peor récord del beisbol, 0 ganados, 7 perdidos. Dejó de lanzar screwballs de manera temporal. “Trabajo en mi mecánica”, me dijo en un mensaje de texto. A principios de julio, los Angels estaban en primer lugar del standing del wild card. A pesar de algunas muy buenas actuaciones y de que su promedio de carreras limpias admitidas bajó de 4 carreras por juego, Santiago ha podido contribuir muy poco.
            Aun me parece que el screwball ha sido abandonado sin una causa real. En una era en la que los atletas castigan sus cuerpos, de manera legal e ilegal, para ganar alguna ventaja competitiva, hay un arma aparentemente segura y permitida a plena vista. “Las Grandes Ligas en un pequeño y gracioso club”, aseguró Bob Sorrentino, un gurú de pitchers que trabajó como coach personal de Craig Breslow, de los Red Sox, entre otros pitchers. “Hay gente que no quiere hacer cosas, sin importar cuando sentido tengan”.
            Mi hijo de 13 años, Teddy, lanza en un equipo que juega 60 partidos por temporada. Lanza una curva que sostiene como una pelota de futbol americano y una curva nudillera que su coach quiere que todos sus pitchers aprendan a lanzar. Lo hemos mantenido alejado de las verdaderas curvas rompientes por miedo a una lesión. Pero de acuerdo con Nissen, lo que necesita ser monitoreado en el número de pichadas, no su tipo. 
            Entonces, una noche, hace unos días, tomé una naranja del refrigerador y toqué la puerta del cuarto de Teddy. “Déjame enseñarte algo”, empecé a decirle.