viernes, 17 de junio de 2011

¿Está bien si nosotros la cargamos?

En una soleada tarde de abril, en un pueblo escondido en las montañas del noroeste de Estados Unidos, Mallory Holtman, Liz Wallace y Sara Tucholsky, tres jóvenes universitarias jugadoras de softball, hicieron una pausa en su juego, redefinieron la palabra competidor y le dieron una lección al mundo. En este caso, es el softball el que nos devuelve la fe en lo imposible. Esta es su historia.


El 27 de abril de 2008, los equipos femeniles de softball de las universidades de Western Oregon y Central Washington jugaron dos partidos en el estadio de Ellensburg, Washington, un pueblo ubicado a unas 100 millas de Seattle.

Ambos equipos pertenecen a la División II de la Conferencia Noroeste de la NCAA. Las locales se encontraban un juego debajo de las visitantes en el standing. El primer juego fue ganado por Western Oregon 8 carreras a una.

En la segunda entrada del segundo encuentro, la pequeña Sara Tucholsky –jugadora de último año- vino al plato con dos corredoras en las bases. Con cuenta de un strike sin bolas, conectó un lanzamiento y lo envió por encima de la barda de jardín central, para el primer jonrón de su carrera deportiva universitaria.

El artículo titulado Central Washington offers the ultimate act of sportsmanship, firmado por Graham Hays y publicado en el portal ESPN.com el 28 de abril 2008, cuenta:

“Jardinera de tiempo parcial en sus cuatro años de carrera universitaria, Tucholsky había estado atrapada en un juego de números esa temporada, con un roster muy amplio que llegó a ese fin de semana bateando más de .280 y ganando 9 juegos en fila.

“Anterior al lanzamiento que envió por encima de la barda de jardín central, tenía sólo 3 hits en 34 turnos esa temporada. En ese sentido, su heroico batazo habría sido una placentera, pero familiar, historia en sí mismo: una jugadora olvidada que en sus últimos juegos eleva las posibilidades de su equipo para entrar a la postemporada.

“Pero fue lo que sucedió después de que una emocionada Tucholsky olvidara pisar la primera base en su trote por las almohadillas luego de su jonrón y tuviera que regresar para tocar la colchoneta, lo que será verdaderamente inolvidable.

“‘Sara es pequeña, 5 pies 2 pulgadas (1.57 metros), muy chiquita’”, dijo Pam Knox, coach de Western Oregon. ‘Uno nunca hubiera pensado que ella pegaría un jonrón. El marcador estaba 0-0 y Sara pegó un batazo por el jardín central. Yo estaba como coach de tercera y saludé a las dos corredoras en su paso hacia el home plate y de repente alcé la vista y dije: ¿Dónde está Sara? Miré y la vi tirada apenas después de la primera base’.

“Mientras regresaba para tocar la primera base, la rodilla derecha de Tucholsky se dobló. Las dos corredoras que había en base ya habían cruzado el plato, dejándola a ella como la única jugadora ofensiva en el campo. Ahí tirada en la tierra a pocos metros de la primera base y muy lejos del home plate.

“Shannon Prochaska, la coach de primera base –compañera de Tucholsky por tres temporadas- le preguntó si podía gatear de regreso a la primera base por sus propios medios.

“Knox explicó, ‘Pensé: Si la toco, ella va a matarme, era su único jonrón en cuatro años. Yo no quería quitárselo, pero al mismo tiempo estaba preocupada por ella’.

“Los umpires confirmaron que de acuerdo con las reglas, la única opción era remplazar a Tucholsky con una corredora emergente en primera base y que el batazo fuera anotado como sencillo impulsador de dos carreras en vez de jonrón de tres carreras. Cualquier asistencia de sus coaches o médicos la pondría out”.
Mientras Tucholsky seguía tirada en primera base, nadie de su equipo se atrevía a tocarla y las coaches de Western Oregon continuaban consultando opciones con los umpires, Mallory Holtman –jugadora de cuarto año, primera base titular de Central Washington y dueña de cada récord ofensivo que uno se pueda imaginar en los libros de su universidad- se acercó al grupo de personas que discutían y dijo: “Disculpen, ¿estaría bien si nosotros las cargamos y la llevamos a cada una de las bases?”

Cuando los umpires confirmaron que sería reglamentario, Holtman y la parador corto Liz Wallace cargaron a Tucholsky y la llevaron por cada una de las bases permitiéndole tocar cada colchoneta para completar su jonrón.


Regresamos a la nota de Graham Hays:

“Este ha sido quizá el trote de jonrón más largo y con más gente involucrada de la historia del juego.

“‘Las tres nos empezamos a reír en un punto, creo que fue cuando la bajamos para que tocara la primera base’, dijo Holtman. ‘No sé cómo lo vieron las personas que estaban en las gradas pero creo que debió ser un tanto divertido porque Liz y yo la cargábamos por ambos lados y la bajábamos lentamente para que tocara las almohadillas, simplemente nos empezamos a reír’.

“Con una gran ovación de los fans que estaban de pie en las gradas, finalmente llegaron al home plate y, literalmente, entregaron a la bateadora en los brazos de sus compañeras. Luego de eso, Holtman y Wallace regresaron a sus posiciones a tratar de ganar el juego.

“La coach Knox recuerda: ‘Todos estábamos llorando, éramos visitantes y nuestro cuatro fans lloraban, y también todos los locales”.

Desde un pequeño pueblo perdido en las montañas del noroeste de Estados Unidos un par de estudiantes universitarias, sin cámaras de televisión que alentaran la buena obra -la cobertura mediática vino después-, nos recordaron que por encima del resultado, hay una manera correcta de jugar este juego, sea con pelota suave o con pelota dura.

George Vecsey, en su artículo A sporting gesture touches’em all publicado por el New York Times el 30 de abril de 2008, dice:

“Algo notable sucedió en un juego colegial de softball. Por lo menos, estoy condicionado a pensar que es notable en tanto que involucra un acto de deportivismo, con dos jugadoras ayudando a una oponente lastimada a completar un jonrón que acababa de conectar.

“El por qué este acto es inusual se deriva de las actitudes que estamos acostumbrados a ver por parte de los beisbolistas super musculosos, de los jugadores de futbol americano con récord criminal, de los jugadores de futbol soccer y de hockey sumamente acostumbrados a tirarse clavados y de otros profesionales de alto perfil”.

Nuevamente, la nota de Graham Hays:

“Holtman parece no estar segura de por qué el acto ha generado tanta atención. Ella genuinamente cree que cualquier jugadora en su lugar, en cualquier campo, cualquier día, hubiera hecho lo mismo. ‘Honestamente, yo esperaría que alguien hiciera por mi algo así. Ella puso la pelota por encima de la barda y se merecía llevarse a casa el jonrón. Lo que hicimos nosotros sólo fue lo correcto”.

El partido terminó 4 a 2, a favor de Western Oregon y eso canceló las posibilidades de Central Washington de acceder a los play offs ese año, con lo que Mallory Holtman se retiró del softball colegial sin poder jugar en esa instancia, pero se llevó a casa algo más grande.

El artículo de George Vecsey, termina así:

“Tucholsky no pudo estar en la línea en la que los dos equipos se dan la mano al final del juego, pero su familia ha estado en contacto con Holtman y los dos equipos han quedado vinculados por un lazo de buenos sentimientos que sólo podemos desear que no parezca tan singular, tan notable”.


Las tres protagonistas volvieron a encontrarse en una larga cadena de entrevistas para estaciones de radio y televisión de todo Estados Unidos en la que contaron una y otra vez la anécdota.

El momento fue escogido por la revista Sports Illustrated como el momento de deportivismo más importante en la década de los 2000; la cadena ESPN eligió la anécdota como el acto de deportivismo más relevante de 2008 y entregó su premio ESPY al deportivismo a Holtman, Wallace y Tucholsky ese año.