domingo, 5 de diciembre de 2010

El regreso más grandioso en la historia del beisbol (parte III y última)

Juan Carlos Plata

20 de octubre de 2004
Juego 7: Shock the World
Ya de madrugada pero todavía en el locker room de Yankee Stadium, Kevin Millar dijo a un grupo de reporteros:

“Tenemos una oportunidad legítima de sorprender a los Estados Unidos de América. ¿Cuánta gente puede decir honestamente que tiene ese chance? Si ganamos mañana sorprenderemos a los Estados Unidos”.

Un reportero le pregunta: ¿Y qué hay del mundo?

“Mmmm, ahí lo tienes. El mundo. Si hay alguien viendo el juego en Japón, lo sorprenderemos también”.

La portada del New York Post –el tabloide sensacionalista de la ciudad- muestra a toda plana una foto en blanco y negro de Babe Ruth con uniforme de los Yankees y la frase Put me in (que podría traducirse como: Métanme a jugar) en grandes caracteres. Como nunca antes, Nueva York creía que era cierta la Maldición del Bambino.

Del otro lado, en un noticiero matutino local de Boston el conductor aventura: “Tal vez esta sea la manera en la que la Maldición del Bambino debe terminar, el exorcismo final, regresar de estar atrás 3 juegos a cero y hacer lo que ningún equipo ha podido hacer en la historia del beisbol”.

Entrevistado durante el programa previo al juego, el director de cine Spike Lee es cuestionado sobre si la expectación y electricidad en el ambiente que se vive en Yankee Stadium y en la ciudad de Nueva York puede ser recreada en una película. Lee –que viste gorra y chamarra de los Yankess- contesta: “No, es por eso que las películas son falsas. La majestuosidad del deporte es que no hay libreto. No te voy a engañar, no voy a fingir, estoy muy nervioso”.

Por su parte, el amo del misterio y las historias de terror, Stephen King –él con gorra y chamarra de los Red Sox- declara antes de entrar al estadio: “Por supuesto que estoy emocionado. Estoy nervioso, estoy esperanzado”.

Mientras reparte autógrafos antes del inicio del juego, Johnny Damon es cuestionado por un niño: “¿Crees que puedan vencer a los Yankees?” Damon contesta: “Es mejor que lo hagamos, porque si no estaremos en grandes problemas”. El niño revira: “En tus sueños, Johnny Damon”.

Como gesto de cortesía, la gerencia de los Yankees ofreció a la comitiva de los Red Sox (los dueños John Henrry y Larry Lucchino y el gerente general, Theo Epstein) un palco especial para ver el juego –éstos habían visto los tres juegos anteriores en Yankee Stadium en el grand stand muy cerca al dugout de su equipo-. La suite ofrecida por los Yankees llevaba por nombre Babe Ruth. Como nunca antes, los Yankees creían que era cierta la Maldición del Bambino.

Henrry, Lucchino y Epstein, por supuesto, rechazaron la oferta. Como nunca antes, los Red Sox creían que era cierta la Maldición del Bambino.

A las 8:30 de la fría (12 grados centígrados), nublada y húmeda noche del 20 octubre de 2004, el juego 7 dio inicio.

Johnny Damon abrió con sencillo ante los lanzamientos de Kevin Brown, se robó la segunda base y trató de anotar en sencillo de Manny Ramírez, pero fue puesto fuera en home. Esperanza y frustración, gloria y vergüenza, historia y olvido, todo al alcance la mano.

Con Ramírez en la inicial, David Ortiz volvió a iluminar el camino conectando su tercer jonrón e impulsando sus carreras 10 y 11 de la serie y puso arriba a Boston, 2 carreras a cero.

Terry Francona había anunciado al nudillero Tim Wakefield para abrir el juego, pero de última hora decidió que sería Derek Lowe su hombre en la loma. Lowe había hecho público su descontento por no ser considerado para abrir juegos durante la postemporada. Francona dijo antes del juego: “No me importa si él está enojado conmigo y por estar enojado conmigo lanza un gran juego hoy”.

Lowe retiró en fila la primera entrada y en menos de cinco minutos los Red Sox estaban bateando de nuevo.

Con un out en la segunda entrada, Millar pegó sencillo al central, Mueller y Cabrera recibieron pasaporte. Joe Torre decidió que había visto suficiente de Brown y llamó a Javier Vázquez a la loma. Damon conectó el primer lanzamiento de Vázquez y lo depositó por encima de la marca de los 314 pies de jardín derecho. Con apenas cuatro outs en los libros, los Red Sox ganaban 6 a 0.

En la tercera entrada los Yankees ensayaron un regreso: con un out, Miguel Cairo fue golpeado por Lowe, se robó la segunda base y anotó en sencillo de Derek Jeter.

Boston de inmediato borró el esfuerzo Yankee: Cabrera abrió la cuarta entrada con pasaporte y Damon volvió a conectar el primer lanzamiento de Vázquez, esta vez contra el poste de jonrón de jardín derecho. 8-1 a favor de Boston y los Yankees parecían destruidos.

El improbable abridor, Dereck Lowe lanzó seis entradas, permitió una carrera, un hit, dio una base por bola, golpeó a un bateador y ponchó a 3 Yankees.

Who’s your daddy?
Luego de ser derrotado por los Yankees el 27 de septiembre, en un juego de temporada regular, Pedro Martínez, el as de la rotación de abridores de Boston, dijo en la conferencia de prensa: “Deseo que desaparezcan y nunca regresen. Preferiría enfrentar a cualquier otro equipo en estos momentos. ¿Qué más puedo decir? Sólo quitarme la gorra y llamar a los Yankees mis papás”.

Durante el juego 2 –que Martínez abrió por Boston en Yankee Stadium- los más de 56 mil fanáticos de Nueva York festejaron cada uno de los 4 hits, cada una de las 4 bases por bolas, cada una de las 3 carreras que Martínez permitió con un coro monumental: Who’s your daddy? Who’s your daddy?

Regreso al juego 7
La desolación había cambiado de bando. Hasta hacía cuatro días, los ojos a punto de las lágrimas, los rostros adustos, las miradas al suelo estaban asociadas a personas vestidas de rojo y con las letras B-o-s-t-o-n o R-e-d-S-o-x en el pecho. Hoy eran de personas vestidas con chamarras azules y 27 parches de campeonatos en las mangas.

Pero tan pronto vieron a Pedro Martínez salir del bullpen para lanzar el séptimo inning –decisión que sorprendió incluso al propio lanzandor-, más de 50 mil neoyorkinos volvieron a la vida.


Con el impresionante coro de Who’s your daddy? como música de fondo, Hideki Matsui pegó un doble al jardín derecho y anotó en doble de Bernie Williams al central. Posada avanzó a Williams en rola a la primera y Kenny Lofton lo trajo a la goma con sencillo.

Martínez se rehízo y pochó a Olerud y obligó a Cairo a elevar al jardín derecho para terminar la amenaza local.

Mark Bellhorn regresó a los fanáticos de Nueva York al silencio con un jonrón solitario abriendo la octava entrada y Orlando Cabrera impulsó la carrera número 10 para Boston en la novena con un elevado de sacrificio que trajo a Trot Nixon a la goma y coronó el devastador ataque.

El actor, comediante y fanático de los Red Sox Lenny Clarke recuerda ese momento: “Veía la mirada perdida de los fanáticos de los Yankees y decía: eso me parece familiar, esos somos nosotros, ¿qué vamos a hacer nosotros ahora? De pronto llegué a la conclusión de las cosas habían cambiado, que nos lo merecíamos. Recuerdo haber dicho: ‘Denme esto y nunca más vuelvo a pedir nada del mundo de los deportes, pero necesito que me den esto y empecé a la cuenta regresiva de outs’”.

Los Yankees venían a batear en la novena entrada con Mike Timlin en el montículo por Boston. Matsui abrió la entrada con sencillo al jardín derecho pero fue forzado en segunda en rola de Williams (faltaban dos), Posada elevó al short (faltaba uno). Williams avanzó a segunda en indiferencia defensiva y Lofton recibió pasaporte. Francona llamó a Alan Embree para sacar el último out, el boleto hacia los libros de historia y hacia la redención de todos los Red Sox derrotados en 86 años. Rubén Sierra bateaba de emergente por John Olerud.

En cuenta de una bola sin strike, Sierra conectó una rola directo a la colocación del segunda base, Pokey Reese, quien la levantó con facilidad y dobló a primera base donde Doug Mientkiewicz tomó la pelota y, justo a la media noche del 20 de octubre de 2004, se concretó la que quizá sea la historia más épica jamás contada en el beisbol y discutiblemente el acontecimiento deportivo más importante de la década en el mundo.

Epílogo: “¿Lo pueden creer?”
Siete días después, el 27 de octubre de 2004 –la noche del último eclipse total de luna del siglo- con una luna teñida de rojo asomándose por entre el nublado cielo de Saint Louis, los Boston Red Sox ganaron su primera Serie Mundial desde 1918 y enterraron para siempre la Maldición del Bambino.

*Las citas cuya fuente no está especificada en el texto, pertenecen a los documentales: 2004 World Series Film, de MLB Productions; Faith rewarded, de NESN y Four days in october, de ESPN.

sábado, 27 de noviembre de 2010

El regreso más grandioso en la historia del beisbol (parte II)

Juan Carlos Plata

El Procedimiento de Tendón de Schilling
El 5 de octubre, durante el primer juego de la Serie Divisional que los Red Sox jugaron contra los Angels en Anaheim, Schilling se rompió el tendón del músculo peroneo lateral corto de la pierna derecha (que va del tobillo a la pantorrilla), empeorando una molestia anterior.
El tendón suelto hacía contacto con el hueso causando dolor e inflamación. Para el juego 1 de la serie contra los Yankees, Reebok le envió al as de Boston un par de spikes más altos de lo normal, buscando mantener el tendón en su lugar. El experimento no funcionó, Schilling sólo lanzó 3 entradas y permitió 6 carreras, 6 hits, otorgó dos bases por bolas y sólo ponchó a un bateador.

Horas antes del juego 5, Schilling fue intervenido por el doctor de los Red Sox, Willie Morgan. El procedimiento, hoy conocido como Intervención de Tendón de Schilling, consiste en colocar grapas de sutura que fijen el tendón roto al cartílago.

Menos de 24 horas y “la sesión de calentamiento más dolorosa de mi vida” después, Curt Schilling subió al montículo de Yankee Stadium para el juego 6.

Así lucía el tobillo de Schilling luego de la intervención

19 de octubre de 2004
Juego 6: La media sangrante
Antes del primer juego de la serie, Schilling declaró: “No me imagino un mejor escenario que callar a 56 mil neoyorkinos”. En esa ocasión no pudo sustentar sus palabras.

En la conferencia de prensa anterior al juego 6, la primera pregunta para Schilling fue: ¿Cómo te sientes, con tu lesión, para el juego 6? Sin pensar y sin dejar pasar un segundo, el pitcher respondió: “Listo para empezar”. Y recordó su declaración previa al juego 1: “Sé lo que dije sobre callar a 56 mil neoyorkinos, en el juego 1 no pude hacerlo, esta puede ser mi última oportunidad”.

Todos los expertos coincidían en que la clave del partido sería la cantidad de entradas que pudiera trabajar Schilling y la efectividad que pudiera tener.

Luego de limitar a los Yankees a un hit en tres entradas completas, ya con dos outs en la cuarta entrada, Millar conectó un doble al jardín izquierdo, avanzó a tercera en wild pitch de Jon Lieber y anotó en sencillo de Varitek. Cabrera siguió con sencillo y con dos hombres a bordo, Mark Bellhorn pegó un jonrón apenas por encima de la barda de jardín izquierdo (inicialmente se había decretado doble de terreno porque la bola golpeó a un aficionado y regresó al campo, pero luego de una larga deliberación de los umpires se cambió la decisión) y los Red Sox estaba arriba 4-0.

Schilling continuó su excelente labor mientras la marcha de sangre, producto de la separación de las suturas, crecía en su calceta y alcanzó la séptima entrada permitiendo sólo una carrera (jonrón de Bernie Williams), cuatro hits, sin dar pasaporte y ponchando a cuatro.


Para la octava entrada, y con Bronson Arroyo en el montículo, luego de un out, Miguel Cairo conectó doble al jardín derecho y anotó en sencillo de Derek Jeter.

Con Jeter en la inicial, Alex Rodríguez bateó una rola al pitcher, Arroyo tomó la bola y corrió hacia la línea para tocar al corredor, Rodríguez tiró un manotazo al brazo de Arroyo y lo hizo perder la pelota que se fue hacia la zona de foul de jardín derecho. Jeter anotó y Rodríguez, representando la carrera del empate, se instaló en segunda base. Los Yankees estaban de regreso en el juego y el fantasma del Bambino –que tanto había sido invocado por los neoyorkinos en esos días- rondaba de nueva cuenta Yankee Stadium.

Pero Terry Francona salió de la cueva de Boston para reclamar la jugada. Nuevamente hubo junta de umpires y después de casi dos minutos de discusión, el umpire de primera base, Randy Marsh, declaró out a Rodríguez por interferencia y regresaron a Jeter a primera base.

Mientras Joe Torre y Alex Rodríguez discutían con los umpires, desde las tribunas comenzaron a caer pelotas de beisbol y todo tipo de basura mientras 56 mil neoyorkinos coreaban: ¡Bullshit, bullshit!

Pero cuatro outs, casi 10 minutos de lluvia de desperdicios sobre el campo y la entrada de una numerosa presencia policiaca en el terreno después, tal como lo había dicho Schilling, tuvieron que guardar silencio.

Los Boston Red Sox de 2004 se convertían en el primer equipo en estar abajo 3 juegos a 0 –un total de 25- y forzar un séptimo juego en la historia del beisbol de grandes ligas y por segundo año consecutivo jugarían un juego 7 de Serie de Campeonato de la Liga Americana en Yankee Stadium (en 2003, Brett Boone en la undécima entrada enterró a Boston y mantuvo viva la Maldición del Bambino con jonrón por todo jardín izquierdo).

domingo, 21 de noviembre de 2010

El regreso más grandioso en la historia del beisbol (parte I)

-Días antes de enterrar para siempre la maldición del Bambino -y con ella 86 años de miseria y frustración para la Red Sox Nation- al ganar la Serie Mundial por primera vez desde 1918, los Boston Red Sox reescribieron los libros de historia al protagonizar el regreso más grandioso en la historia del beisbol, y lo hicieron (de todos los lugares posibles) en la “casa que Ruth construyó”. Aquí la historia.

Juan Carlos Plata

El artículo, firmado por Dan Shaughnessy, publicado en el Boston Globe del 17 de octubre de 2004 inicia así:

“Esta vez, los Red Sox realmente los preocuparon. Los Sox y sus aficionados tenían la certeza. Finalmente obligarían a una retirada de los Yankees. Los Sox eran mejores. Incluso los sabelotodos de Las Vegas hicieron favorito a Boston en la Serie de Campeonato de la Liga Americana.

“Pero los Red Sox fueron apaleados de manera insensata por esos malditos Yankees otra vez y el daño psicológico amenaza con derrumbar la fe de una Nación que ha sufrido por mucho tiempo.

“Anoche los Yankees despojaron a los Red Sox de toda dignidad, apaleando a seis lanzadores en ruta de una repulsiva victoria 19 carreras a 8 que les da una ventaja de 3 juegos a 0.

“Así las cosas. Por octagésimo sexto otoño consecutivo, los Red Sox no ganarán la Serie Mundial. Ningún equipo en la historia del beisbol se ha recuperado de un déficit de 3 juegos a cero y la más prometedora campaña de los últimos 18 años puede terminar oficialmente hoy. Por piedad”.


Apenas unas horas después, durante la práctica de bateo previa al cuarto juego de la serie, Kevin Millar, primera base de los Red Sox, se encontró con Shaughnessy en el campo y le dijo: “Todo lo que digo es: No nos dejen ganar esta noche, porque tenemos a Pedro (Martínez) mañana, (Curt) Schilling en el juego 6 y en el juego 7 todo puede pasar. Que nos manden a la cama hoy. No dejen que los Rex Sox ganen este juego”.

Millar –equipado con un micrófono inalámbrico- repitió el mismo mantra una y otra vez, a sus compañeros, a los periodistas y directamente a las cámaras de televisión: “No nos dejen ganar hoy. No den por muertos a los Red Sox. Si hay un grupo de idiotas –calificativo que el propio Millar usó para definir al equipo unas semanas antes- que puede hacer esto, somos nosotros. No nos dejen ganar hoy…”

Antes de salir del clubhouse para disputar el cuarto juego de la Serie de Campeonato de la Liga Americana de 2004, el propio Millar sirvió un trago de Jack Daniel’s para cada uno de los 25 hombres en el roster de los Red Sox, todos bebieron –cábala que se repitió en cada uno de los siguientes juegos de la postemporada- y, liderados por Millar, saltaron al campo en esa fría y húmeda noche en Boston.

17 de octubre de 2004
Juego 4: Boston sigue con vida
En la tercera entrada, Alex Rodríguez dio ventaja de 2 carreras a 0 a los Yankees con un jonrón por encima del Green Monster. En la quinta, los Red Sox contraatacaron y anotaron tres veces con sencillos remolcadores de Orlando Cabrera y David Ortiz.

Para la sexta entrada, Bernie Williams y Tony Clark con par de infieldhits empujaron las carreras que nuevamente le dieron la ventaja a los Yankees, 4-3. Así llegaron a la novena entrada.
De nuevo, la frustración. Los fantasmas de Bucky Dent, Billy Buckner, Aaron Boone, y sobre todo Babe Ruth, parecían pasear en Fenway Park.

Justo a la medianoche, Mariano Rivera –quien había conseguido 53 salvamentos en la temporada regular, pero que desde 2001 había perdido 7 oportunidades de salvamento contra los Red Sox en 22 oportunidades, contra el resto de la Liga sus números eran 14 en 170- subió al montículo para tratar de hacer los últimos tres outs, los que alargarían la Maldición del Bambino un año más. En el plato por Boston estaba Kevin Millar.

En cinco lanzamientos, Rivera otorgó la base por bolas. En el dugout de Boston, el manager Terry Francona buscó con la mirada a Dave Roberts -quien había llegado a Boston, procedente de los Dodgers justo antes de la fecha límite de cambios y que ese año se había robado 38 bases en 41 intentos- y le guiñó el ojo. “Fue mi forma de decirle: Ve por ellos, muchacho”, diría Francona después. Roberts sustituyó a Millar en la inicial.

Bill Mueller tomó su turno en la caja de bateo, pero Rivera estaba concentrado en mantener a la amenaza lo más cerca de la primera base. Reviró a la inicial tres veces consecutivas, Roberts tuvo que regresar de cabeza cada vez.

“Él estaba tomándose su tiempo. Aguantaba, aguantaba, aguantaba. Me pareció una eternidad. La última revirada estuvo muy cerca de ponerme fuera. Pero de pronto podía ver a la multitud pero no escuchaba nada”, diría Roberts al recordar la jugada.

En el primer lanzamiento que Rivera hizo al plato (un cutter alto y afuera para bateador zurdo) Roberts salió hacia la segunda base y se la robó por pocos centímetros.


Mueller tomó un strike antes de conectar el tercer lanzamiento de Rivera de rola por todo el centro del campo hacia jardín central que envió a Roberts al home para anotar la carrera del empate.
Jon Miller, comentarista de ESPN narró así la jugada:

“¡Swing! Rola por el centro, hit al jardín central. Aquí viene Roberts dando vuelta por tercera y anota la carrera del empate. ¡Boston sigue con vida!”


El empate persistió dos innings más y Manny Ramírez abrió la tanta de Boston en la décima segunda entrada con sencillo al jardín izquierdo, lo que trajo a David Ortiz a tomar turno sin outs. En cuenta de 2 bolas y un strike, el bateador designado, ya conocido como Big Papi, conectó una recta en la esquina de adentro, la hizo bolar por encima del barda de jardín derecho, terminó un juego de 5 horas y 2 minutos de duración y le dio a los Red Sox, cuando menos, un día más de vida.

Al día siguiente, Bob Ryan dijo en su artículo publicado en el Boston Globe:

“Espíritu. Un día después de que los Boston Red Sox se avergonzaran a sí mismos frente a sus fanáticos en un juego certeramente importante, los aficionados arribaron al parque razonablemente resignados de la inevitabilidad de un nuevo banderín de los Yankees. Sus demandas eran limitadas: “Por favor, muchachos, no se rindan. Hagan que los hijos de Darth Vader se lo ganen. Muestren un poco de espíritu”. Y ellos lo hicieron.

“Empataron el juego en la novena contra el “Señor Invencible”, Mariano Rivera, y lo ganaron en la doceava cuando David Ortiz, el definidor de juegos local, envió violentamente un lanzamiento de Paul Quantrill al bullpen de los Yankees con Manny Ramírez abordo para terminar el juego con una victoria de 6-4 y evitar lo que pudo ser una humillante barrida. Hay un juego programado para hoy a las 5:10 de la tarde. La temporada no ha terminado”

Dan Shaughnessy, el mismo periodista que pidió piedad para los Red Sox en el periódico de un día antes, escribió:

“Carlton Fisk en 1975 –en referencia al jonrón de Pudge en la Serie Mundial de ese año contra los Cincinnatti Reds-. David Ortiz en 2004. Las dos veces en el doceavo inning.

“Quédense con esos boletos para el quinto juego de la Serie de Campeonato de la Liga Americana de hoy en la tarde. Los dados por muertos Red Sox todavía respiran”

18 de octubre de 2004
Juego 5: “Johnny Damon puede seguir corriendo a Nueva York”
Esta vez los Red Sox anotaron en la misma primera entrada. Ortiz impulsó a Cabrera con sencillo al jardín derecho y luego, con las bases llenas, Jason Varitek recibió pasaporte y los Red Sox ganaban 2 careras a cero.

Pedro Martínez mantuvo a raya a los Yankees durante cinco entradas en las que sólo permitió una carrera, 3 hits (uno de ellos cuadrangular de Bernie Williams) y había regalado 3 bases por bolas. Pero en la sexta, con las bases llenas (Jorge Posada, infieldhit; Rubén Sierra, sencillo al central y Miguel Cairo, golpeado) Derek Jeter conectó un doblete al jardín derecho que vació las almohadillas y le dio ventaja a los Yankees, 4 a 2.

David Ortiz abrió la octava entrada con cuadrangular por encima del Green Monster ante los lanzamientos de Tom Gordon. Millar recibió pasaporte y de nueva cuenta Roberts tomó su lugar en las bases, Trot Nixon avanzó al corredor hasta tercera con sencillo al central, y ya con Mariano Rivera en la loma, Varitek trajo la carrera del empate con elevado de sacrificio al central. Extra innings otra vez.

Novena, décima, undécima, décima segunda y décima tercera entradas sin novedad, en la ruta del juego más largo en la historia de la postemporada.

El mexicano Esteban Loaiza –el último lanzador disponible de los Yankees-, inició la décima cuarta entrada ponchando a Mark Bellhorn e inmediatamente le dio base por bolas a Johnny Damon y repitió la rutina con Cabrera y Manny Ramírez. Al bat David Ortiz.

Diez lanzamientos –y un batazo que pasó a centímetros del poste de jardín derecho en zona de foul- después, Ortiz, con un sencillo de bate roto al jardín central, trajo a Damon con la carrera del gane.

Fue el tercer hit para terminar un juego de Big Papi en esa postemporada. El juego duró 5 horas y 49 minutos.

El comentarista de Fox Sports Joe Buck narró así el final del encuentro:

“Ortiz eleva al jardín central, hit, Damon está corriendo hacia el plato y puede seguir corriendo a Nueva York. Juego 6, mañana en la noche.”
Dan Shaughnessy resumió así la situación en su columna del día siguiente:

“Después de estar atrás tres juegos a cero y de la humillante derrota del juego 3, los Red Sox querían asegurarse de que los Yankees no ganaran el campeonato de la Liga Americana en el terreno sagrado de Fenway Park. Se las arreglaron para hacer más que eso. Tienen a los Yankees en huída y Schilling tendrá la pelota esta noche”.

domingo, 22 de agosto de 2010

The shot heard ‘round the world

Lo que realmente vale la pena es el texto de Alan Shwarz y Bobby Thomson, Juan Carlos Plata sólo le puso un poco de contexto.


En 1951 los New York Giants y los Brooklyn Dodgers jugaron una serie de desempate para decidir al campeón de la Liga Nacional luego de terminar con idéntico récord en la temporada regular.

En agosto, los Dodgers llegaron a tener una ventaja de 13 juegos en el standing, pero los Gigantes ganaron 37 de los últimos 44 juegos de la temporada y alcanzaron a los de Brooklyn para forzar el playoff, en lo que muchos expertos coinciden en llamar la temporada más emocionante de la historia del beisbol de Grandes Ligas.

En ese tiempo no existían formalmente los playoffs (la Serie Mundial la disputaban los equipos que terminaban en el primer del standing de cada liga). Antes de ese año sólo dos veces fue necesario un desempate: en 1946, los Cardinals contra los Dodgers y en 1948, los Indians contra los Red Sox.

Luego de dividir triunfos en los dos primeros juegos, el tercer encuentro se llevó a cabo en el mítico estadio de Manhattan: Polo Grounds, casa de los Giants.

Los Dodgers anotaron una carrera en la primera entrada y en la séptima los Giants empataron el marcador; en la octava los visitantes anotaron tres veces. En ese inning el tercera base de los Giants, Bobby Thomson, no pudo controlar una rola fuerte que se convirtió en infield hit productor de una carrera y fue superado por una rola que terminó en el jardín izquierdo, también productora de una carrera.

Con Don Newcome en el montículo, parecía que los Dodgers tenían en la mano el boleto para la Serie Mundial. Les faltaban sólo tres outs.

Es justo ahí donde empieza nuestra historia:

El sábado 21 de agosto de 2010, The New York Times publicó el siguiente artículo en su sección de Deportes. (Beisbol en palabras la reproduce, íntegra, sin autorización pero sin fines de lucro).

Pasar de lastre a héroe, en las propias palabras de Thomson

En 2006, Alan Shwarz entrevistó a Bobby Thomson para un capítulo de su libro “One upon a Game: Baseball’s Greatest Memories”. Ambos colaboraron en este ensayo, que no sólo revive quizá el momento más famoso de los deportes sino también un día en el que Thomson temió ser recordado, por sobre todo lo demás, como un lastre (goat, en el original).

Nunca me había sentido más miserable en mi vida. Azoté mi guante en el dugout. Mis New York Giants y yo lo podíamos sentir, nuestro campeonato se nos escapaba. No éramos lo suficientemente buenos para ir a la Serie Mundial. Y todo era mi culpa.

En el juego final de la serie de playoff con nuestro archirrival, los Brooklyn Dodgers, para decidir el Campeonato de la Liga Nacional, yo jugaba la tercera base y en el octavo inning no pude hacer dos jugadas que realmente nos costaron. Los Dodgers anotaron tres veces para tomar una ventaja de 4-1. No importaba que los Giants hayan venido de atrás todo el verano para forzar el playoff en una de las más grandes carreras por un gallardete en la historia de las Ligas Mayores. No importaba que estuviéramos tan cerca de la Serie Mundial. Nuestra temporada estaba a punto de terminar. Yo estaba totalmente aislado, furioso.

Entonces, la cosa más extraña sucedió.

En el cierre de la novena yo estaba en el círculo de espera cuando Whitey Lockman pegó un doble al jardín izquierdo que impulsó una carrera, poniendo el marcado 4 a 2 y mandando a Don Mueller a tercera base. Pero la siguiente cosa que vi fue a Don tirado en el piso, doliéndose. Corrí a donde él estaba –todavía con el bat en mis manos- porque Don era un muy buen amigo mío. Traté de confortarlo, pero su tobillo estaba realmente lastimado. Fue ahí cuando nuestro manager, Leo Durocher, vino y puso su brazo alrededor de mis hombros.

“Bobby”, dijo, “si vas a pegar uno alguna vez, hazlo ahora”.

¿Qué? Mi mente no estaba para nada en el juego. Había olvidado que era mi turno al bat –con un out, nosotros abajo 4-2, cierre de la novena y nuestra temporada en el alambre.

Pensé que Leo estaba loco. Pero él estaba en lo correcto. Nunca había sido del tipo de hablar conmigo mismo, pero mientras caminaba los 90 pies hacia el plato, empecé a hacerlo. “Regresa al beisbol”, me dije. “Regresa al beisbol”. Estaba poniéndome en la condición mental correcta. Para el momento en que llegué al plato, me estaba llamando a mi mismo hijo de puta (S.O.B en el original, son of a bitch). “Date la oportunidad de pegar un hit, hijo de puta”. La caminata fue de sólo 90 pies pero yo sentí que duraba para siempre.

Cuando llegué al plato y mire hacia el montículo, ahí estaba…Ralph Branca.

No me había dado cuenta de que él había entrado al juego. Los Dodgers habían hecho el cambio de pitcher mientras Mueller era sacado del campo, reemplazando a Don Newcombe por Branca. Ahora, Branca no era un inepto. Había ido tres veces al Juego de Estrellas y había ganado 20 juegos en una temporada. La multitud en Polo Grounds estaba loca, yo estaba parado ahí llamándome a mí mismo hijo de puta y…

Dejé pasar la primera pichada justo por en medio del plato. ¡Una bola rápida que venía por el centro de Broadway! Mis compañeros querían matarme. Pero yo estaba en mi propio mundo. Para la siguiente pichada yo estaba determinado a no dejar que otro chance parecido se me fuera.

Branca quería sacarme del plato con el siguiente lanzamiento. Tiró una bola alta en la zona, cerca de mis manos. Mientras venía hacia mí, apenas pude ver la maldita bola. Estaba luchando por mi vida ahí y jalé el gatillo. Golpeé la bola con la parte buena de la madera –no hay sensación parecida a batear precisamente una pelota- y la bola navegó por el cielo. Aterrizó más allá de la barda mientras yo corría hacía la primera base.

Súbitamente habíamos ganado, 5-4, y Polo Grounds hizo erupción. Recuerdo que mientras flotaba por las bases hiperventilaba. Sabía lo que había hecho, pero estaba demasiado impresionado como para creerlo. Rodeé tercera base, me encaminé hacia el home e hice un último salto en el plato y hacia los brazos de mis compañeros. Rápidamente yo estaba encima de los hombros de Whitey Lockman y nos rodeaba mucha gente. Fue muy ruidoso durante mucho tiempo. Era una increíble gritería que duraba y duraba.

El vestidor era un caos. Cuando las cosas empezaron a calmarse, un representante del programa de radio de Perry Como me ofreció 500 dólares para ir al programa esa noche. Le dije que sólo quería pasar el resto de la tarde con mi familia en Staten Island. El tipo me dijo: “Te queremos ahí, te daremos mil dólares”. Y yo dije, “por mil dólares, la familia puede esperar”.

Así que hice el show y después manejé mi carro hasta el ferry de Staten Island. Esa noche tuve una cena con mi familia –¡ellos me esperaron!- en el mejor lugar de la ciudad. Estuvieron por lo menos ocho personas, mi madre, varias de mis hermanas y sus esposos. Creo que mi hermano, Jim, era el más emocionado de todos esa noche. Todavía recuerdo cuando él me llevó a aparte.

“Bob”, me dijo. “¿Te das cuenta de lo que acabas de hacer? Algo así tal vez nunca vuelva a suceder”.

Pensé lo que Jim acababa de decir. Fue ahí cuando, por primera vez, caí en cuenta que tal vez mi jonrón significó un poquito más que sólo nosotros derrotando a los Dodgers.


Leo Durocher y Bobby Thomson luego del tercer juego
del playoff de 1951 contra los Dodgers

Al día siguiente del juego, la nota referente al encuentro publicada en el New York Daily News fue titulada: “The shot heard ´round the baseball world” (El tiro que se escuchó alrededor del mundo del beisbol) y el jonrón de Thomson había sido bautizado.

Red Smith, reportero del New York Herald Tribune publicó el 4 de octubre de 1951 una sublime nota periodística a cerca el juego. El texto inicia con las siguientes líneas:

“Se acabó. Las historias han terminado. Y no hay manera de decirlo. El arte de la ficción está muerto. La realidad es la más extraña invención. Sólo lo más completamente imposible y la fantasía que no puede ser expresada en palabras merece ser aplaudida”.

En 2001, una investigación periodística de The Wall Steert Journal confirmó el rumor de que durante la temporada de 1951los Giants sistemáticamente robaban las señales de los cátchers rivales mediante un telescopio colocado en su vestidor (en Polo Grounds se ubicaban justo detrás de la barda de jardín central).

El entonces catcher de los Giants, Sal Yvars, reveló al periodista Joshua Prager autor del libro “The echoing green: The untold story of Bobby Thomson, Ralph Branca and the shot heard ‘round the world” que él fue el encargado de comunicarle a Thomson que Branca le lanzaría la recta alta con la que Thomson bateó el jonrón.

Thomson negó saber qué pichada venía. Por su parte, Branca declaró al New York Times en 2001:

“No quiero minimizar un momento legendario del beisbol. Y aún si Bobby hubiera sabido qué pichada venía, todavía tenía que batearla. Saber la pichada no siempre ayuda”.

-El jonrón de Thomson fue bateado a las 3:58 de la tarde del 3 de octubre de 1951.
-Mientras Thomson estaba en el plato, en el círculo de espera se encontraba un novato que más tarde se haría famoso. Su nombre, Willie Mays.
-Thomson nació en Glasgow, Escocia el 25 de octubre de 1923.
-En 2003, el jonrón de Thomson fue colocado en segundo lugar de la lista de los jonrones más grandiosos de la historia, sólo detrás del de Bill Mazerosky con el que los Pirates ganaron el séptimo juego de la Serie Mundial de 1960 a los Yankees en el desaparecido Forbes Field. La lista fue elaborada y publicada en la página de internet de ESPN.
-Bobby Thomson falleció el lunes 16 de agosto de 2010, a los 86 años.

sábado, 10 de julio de 2010

La Línea Mendoza

Su nombre está, al parecer, permanentemente asociado a la mediocridad ofensiva, pero su bien ganado apodo de Manos de seda explica su paso por las Ligas Mayores y la justicia de su lugar en el Salón de la Fama del beisbol mexicano. Se llama Mario Mendoza Aizpuru.

Juan Carlos Plata


George Brett (tercera base de los Kansas City Royals de 1973 a 1993) es reconocido en el mundo del beisbol por cuatro cosas: por el incidente del bat con brea (el 24 de julio de 1983 en Yankee Stadium); por ser el bateador que más se ha acercado a batear .400 en una temporada desde que Ted Williams lo hiciera en 1941 (bateó .390 con 449 turnos al bate en 1980); por salir del segundo juego de la Serie Mundial de 1980 por molestias relacionadas con hemorroides; y por la Línea Mendoza.

Durante una entrevista en 1980, Brett declaró: “Lo primero que hago los domingos es ver el periódico para saber quién está por debajo de la Línea Mendoza”. Antes de la era de Internet, en las ediciones dominicales de casi todos los periódicos de Estados Unidos, las secciones de deportes incluían un listado de los bateadores de Grandes Ligas y sus promedios de bateo.

El periodista deportivo Keith Olbermann inmediatamente especuló que, debido a la falta de espacio, los periódicos no publicaban la lista completa de bateadores y que en la lista que leía Brett, el último nombre publicado era el de Mario Mendoza, jugador mexicano que en ese entonces jugaba para los Seattle Mariners.

El 20 de agosto de 1980, Tim Kurkjian publicó en su columna Between the lines de la revista Sports Illustrated, lo siguiente:

“El short stop Mario Mendoza, cuyo nombre se ha vuelto sinónimo de pobre bateo cuando los jugadores de MLB empezaron a referirse a batear .200 como la Línea Mendoza, está considerando retirarse del beisbol de verano después de esta temporada, en la que juega con los Sultanes de Monterrey, en la Liga Mexicana.

”Mendoza, de 39 años, jugó 21 temporadas veraniegas y 20 invernales, incluyendo nueve años con los Pirates, Mariners y Rangers (1974-1982). Ahora está bateando .251 para Monterrey, pero su porcentaje de bateo en Grandes Ligas fue de .215, y terminó cinco temporadas por debajo de los .200.

”Mendoza dice que el término Línea Mendoza fue inventado por su compañero en los Marineros, Tom Paciorek, pero Paciorek insiste en lo contrario: ‘No fue mi idea. Creo que fue idea de Bruce Bochte. Me dan el crédito por inventar el término, pero yo no lo quiero’.

”Paciorek dice que Mendoza era uno de los jugadores más populares de los Marineros, tal vez el bateador designado del equipo, Willie Horton, no esté de acuerdo. Mendoza tenía a Horton como blanco habitual de bromas y juegos. ‘Willie salía decirle a Mario, ‘Aléjate de mi, mexicano loco’, cuenta Paciorek. ‘Una noche durante un viaje en camión, yo estaba sentado al lado de Willie que estaba profundamente dormido. Cuando despertó, lo hizo gritando: ‘Aléjate de mí, mexicano loco’”.

Dos años más tarde, el 13 de septiembre de 1982, Herm Weiskopf, en su columna Ball park figures, también de Sports Illustrated, escribió:

“De acuerdo a una encuesta realizada por Sports Illustrated con jugadores de Grandes Ligas, estas palabras y frases son las más recientes adiciones al léxico del juego:

”Cuando un bateador con problemas tiene un porcentaje de bateo menor a .200, ha ‘cruzado la línea Mendoza’, así nombrada en referencia al ex jugador Mario Mendoza, cuyo promedio de bateo en su carrera (1974-1981) fue .216.”

A la fecha hay quienes sostienen que la Línea Mendoza está en los .200, otros tantos dicen que está en los .215, pero todos coinciden en que el significado del término es de absoluta mediocridad.

Mario Mendoza Aizpuru nació en Chihuahua, Chihuahua, el 26 de diciembre de 1950. A los 19 años ya vestía el jersey de los Diablos Rojos del México y jugaba las paradas cortas, el equipo de la capital tenía un convenio con los Piratas de Pittsburg, que enviaban continuamente scouts para busca talento mexicano.

Mendoza y su habilidad natural para recoger rodados y sacar corredores en primera capturaron la atención de los buscadores norteamericanos y el joven mexicano terminó el año de 1970 en Estados Unidos.

Los siguientes cuatro años los pasó en ligas menores, en 1970 jugó para los GCl Tourist (Liga Rookie); 1971, Monroe Pirates (Categoría A); 1972, Salem Pirates (Categoría A); 1973 Sherbrooke Pirates (Categoría AA, donde bateó 8 home runsy tuvo su mejor promedio de bateo de por vida, con .268); 1974, Charlestone Charlies (Categoría AAA); todos estos equipos, sucursales de Pittsburg.

El 26 de abril de 1974 hizo su aparición en las Grandes Ligas. Durante el noveno innings de un juego que los Pirates perdían 2-3 contra los Houston Astros, el manager Danny Murtaugh mandó a Mendoza a correr en sustitución de Willie Stargell, Mendoza anotaría la carrera del empate y los Piratas terminarían ganando 4 carreras a 3.

Mario Mendoza participaría en 91 partidos de los Pirates esa temporada, en los que acumuló un porcentaje de bateo de .221, en 163 turnos al bat. Durante las siguientes cuatro temporadas se mantuvo con el equipo de Grandes Ligas pero nunca se afianzó como titular, en ninguno de esos años alcanzó los 100 turnos al bate y sólo una vez alcanzó un promedio mayor a .200 (.218 en 1978). Su aportación era más bien defensiva, el manager de Pittsburg lo utilizaba como relevo de Frank Taveras en los últimos innings de los partidos.

El 5 de diciembre de 1978, Mendoza fue cambiado a los Seattle Mariners junto con Odell Jones y Rafael Vásquez, Pittsburg recibió a Rick Jones, Tom McMillan y al también mexicano Enrique Romo.

En dos años en Seattle, Mendoza alcanzó la titularidad del short stop y tuvo 373 turnos al bate en 1979 (con .198 de porcentaje) y 277 en 1980 (con un porcentaje de .245 que no hace honor a la leyenda).

Luego de la temporada de 1980, Mendoza volvió a estar en un paquete de cambio: esta vez se fue de Seattle junto con Larry Cox, Rick Honeycutt, Willie Horton y Leon Roberts, a los Texas Rangers, que enviaron a los Mariners a Steve Finch, Brian Allard, Rick Auerbach, Ken Clay, Jerry Gleaton y Richie Zisk.



Jugando para Texas, en la temporada recortada de 1981 Mario Mendoza bateó .231 con 229 turnos, y en 1982, con sólo 17 turnos, acumuló un raquítico.118.

El 7 de junio de 1982 (luego de no ver acción desde el 22 de mayo), los Rangers lo dejaron en libertad y su carrera en Grandes Ligas terminó.

En sus nueve temporadas en Grandes Ligas, Mendoza acumuló mil 337 turnos al bat y .215 de porcentaje. El mundo se encargaría de recordárselo para siempre.

Óscar Soria, voz oficial en español de los Arizona Diamonbacks y comentarista de los Naranjeros de Hermosillo de la Liga Mexicana del Pacífico cuenta:

“Conozco a Mario Mendoza desde que fue manager de los Yaquis de Ciudad de Obregón. En una entrevista, le pregunté sobre la Línea Mendoza y me dijo que Tom Paciorek fue el primero en mencionar la frase un domingo mientras leí el periódico. George Brett la dijo después y luego Chris Berman, conductor del programa Baseball tonight de ESPN, la dijo en cadena nacional.

”Mario me dijo que cuando Berman mencionó la frase y la gente comenzó a reírse sintió coraje, pero ahora simplemente disfruta la fama que la ha traído”
La venganza de Mario Mendoza
Mundialmente famoso por culpa de George Brett, Mario Mendoza tendría su oportunidad de venganza en una serie entre Marines y Royals en 1980. El propio Brett recuerda:

“Fuimos a una serie a Seattle, creo que bateé 2 hits en 12 turnos, con dos jonrones, pero hice muy buenos contactos las otras 10 veces, recuerdo que Mario Mendoza hizo dos o tres grandes jugadas defensivas en el short stop. Cuando pasan ese tipo de cosas uno sólo puede pensar: ‘Caramba, ¿será la alineación de las estrellas?’ Estas bateando justo a la colocación de los defensivos o tienes a todo mundo lanzándose por las pelotas y atrapándolas. Piensas ‘¿Qué diablos pasa aquí? Hace un mes todos esos batazos eran hits y de repente no puedo ponerme en base’”.

Probablemente es demasiado ejercicio de imaginación, pero al final de esa temporada Brett tuvo promedio de .390, apenas 10 centésimas por debajo de la inmortalidad; tal vez si esos dos o tres outs que Mendoza le hizo fueron la diferencia. Mario Mendoza, aún en estos días, seguramente sonríe cada vez que alguien menciona a Ted Williams como el último bateador que alcanzó un promedio de .400.

En 1979, la revista Sporting News publicó un artículo titulado M’s singing praises of Mendoza’s glove magic firmado por Hy Zimmerman. En el texto, Bill Mazeroski, ex segunda base, miembro del Salón de la Fama y coach de los Mariners en ese entonces declaró: “Mario Mendoza es el mejor short stop de la Liga Americana”. “Esa es palabra del César”, acotó Zimmerman.

De regreso a la Liga Mexicana de Beisbol, Mendoza jugó para los Acereros de Monclova, Rieleros de Aguascalientes, Charros de Jalisco y Sultanes de Monterrey. En la Liga Mexicana del Pacífico lo hizo para Mayos de Navojoa, Naranjeros de Hermosillo y Potros Tijuana.

En México, además de hacer honor a su apodo de Manos de seda, Mendoza bateó para un robusto .291, labor que le valió ser elegido al Salón de la Fama en 2000.

Luego de debutar como estratega en Ligas Menores en Estados Unidos, Mendoza ha dirigido en México a Tecolotes de Laredo, Tigres, Olmecas de Tabasco, Piratas de Campeche y Pericos del Puebla. En la Liga del Pacífico a los Yaquis de Ciudad Obregón, Naranjeros de Hermosillo, Cañeros de Los Mochis, Algodoneros de Guasave, Águilas de Mexicali y Mayos de Navojoa.

El 26 de junio de 2007, Alexander Wolff publicó en Sports Illustrated un artículo titulado simplemente Mario Mendoza:

“La Línea Mendoza suena (mañoso juego de palabras que hace referencia al término beisbolero, pero se refiere a la línea telefónica del ahora manager. Nota del metiche). Es la esposa de Mario Mendoza, Irma Beatriz, llamando para saber de su esposo. Apenas una hora antes había sido despedido de su puesto como manager de los Piratas de Campeche de la Liga Mexicana de Beisbol. Con el equipo ubicado en el penúltimo lugar de la Zona Sur e incapaz de dar un hit a la hora buena, la organización sintió que no tenía otra opción que dejar ir al miembro del Salón de la Fama.

”A pesar de ello, Mendoza confirmó la cita con el reportero y el fotógrafo que viajaron desde los Estados Unidos y quienes le aseguraron que no sólo tenían interés en su pasó a la inmortalidad: la llamada Línea Mendoza, el limbo por debajo de los .200de porcentaje de bateo en el que es doloroso estar para todo pelotero de las Ligas Mayores. De hecho, los norteamericanos le aseguraron que venían a documentar como es su vida hoy. Y hoy…ha sido despedido.
(…)

”’Ha habido más de 100 jugadores mexicanos en Grandes Ligas. Yo fui el número 28’, recuerda Mendoza. No fue fácil sobrevivir en las Ligas Menores
Con jugadores dominicanos tirándole toallas en la regadera o con un compañero de equipo afroamericano que le decía ‘Tú no eres negro, no eres blanco, eres anaranjado’.
(…)

”La Línea Mendoza es hoy, el nombre de una banda de rock radicada en Georgia y incluso Brandon Walsh, el personaje de Beverly Hills 90210, pronunció la frase en referencia a pasar exámenes con la mínima calificación aprobatoria.

”La Línea Mendoza vuelve a sonar. Es Roque Sánchez, el primera base de los Piratas de Campeche. ‘Te fallamos’, dijo en nombre de todos los miembros de la plantilla del equipo. ‘Siempre soñé con jugar para un manager como tú’.
(…)

”‘Eso (la Línea Mendoza) es por lo que todo el mundo me recuerda’ dice Mendoza quizá con un dejo de frustración
.

Se equivoca don Mario, Roque Sánchez (y probablemente unas cuantas decenas de jugadores más), lo recordará como el manager que siempre soñó tener.

viernes, 4 de junio de 2010

Nadie es perfecto...pero se puede ser un caballero

Juan Carlos Plata


El 2 de junio pasado, un error del umpire Jim Joyce impidió que el pitcher venezolano de los Detroit Tigers Armando Galarraga entrara a los libros de historia del beisbol como el lanzador del juego perfecto número 21 en los casi 130 años de beisbol organizado en Estados Unidos.

Galarraga había dominado a 26 bateadores de los Cleveland Indians, uno más y se convertiría en el tercer pitcher en tirar un juego perfecto en un mes (suena como si uno de esos se comprara en cualquier farmacia).

Jason Donald se paró en la caja de bateo de frente a la historia y sacó una rola entre primera y segunda que fildeó Miguel Cabrera y tiró al guante de Galarraga que pisó la primera base justo antes que Donald. Decisión cerrada. Galarraga, Cabrera, todos los Detroit Tigers y más de 14 mil aficionados en el Comerica Park listos para el festejo.

Esperen un momento. Jim Joyce marcó safe al corredor.

Caras de incredulidad y un abucheo ensordecedor. No había más juego perfecto.

Matt Dary, locutor de una estación de radio especializada en deportes de Detroit, que asistió al juego como espectador, cuenta: “La gente estaba más allá del enojo, estaban furiosos. Fue como si los Tigers hubieran perdido. La gente se quedó ahí parada 20 o 25 minutos después del juego, en shock. Paralizados”.

Inmediatamente las televisoras repitieron la jugada una docena de veces en slow motion, con la imagen congelada, desde todos los ángulos posibles (todas ellas opciones que no tuvo Joyce a la hora de decidir y marcar) y evidenciaron el error.

Un bateador después, Galarraga terminó el juego con una blanqueada de un solo hit e, irónicamente, él, Joyce, el manager de los Tigers Jim Leyland y la gente de Detroit se encaminaron juntos hacia un logro mucho mayor que un juego perfecto: la dignidad, la civilidad, la caballerosidad, la clase.

Inmediatamente después del juego, Jim Joyce declaró a reporteros de Detroit: “Le acabo de costar un juego perfecto a ese muchacho. Pensé que el corredor había vencido al tiro, estaba convencido de ello…hasta que vi la repetición. Ha sido la decisión más grande de mi carrera”.

No conforme con reconocer su error, Joyce habló con el gerente general de los Tigers y le pidió encontrarse con Galarraga en privado.

El pitcher dijo a la prensa minutos después que Joyce le dijo: “Lo siento, en serio, lo siento mucho. No sé qué más puedo decirte”. Galarraga aseguró que “él se sentía peor que yo. No es común ver a un umpire salir después de un juego y decir ‘Hey, déjame decirte que lo siento’. Sonrió y agregó: “Nadie es perfecto”.

Justo después del último out, Leyland y varios de sus jugadores encararon a Joyce y le dejaron saber cómo se sentían.

“El nivel de las emociones era muy alto, varios muchachos estaban muy molestos. Desearía que hubiera sido así, pero así fue. Pero creo que es entendible dadas las circunstancias”, dijo Leyland.

De nuevo Joyce fue un caballero: “No los culpo por nada de lo que me dijeron. Yo me lo hubiera dicho a mi mismo si fuera Galarraga. Yo hubiera sido el primero en reclamarme, pero él no me dijo ni una sola palabra”.

George Vecsey en su artículo Worst Call Ever? Sure. Kill the Umpires? Never, publicado en el New York Times al día siguiente, sostiene:

“Digamos que Jim Joyce cometió el mayor error arbitral en la historia del beisbol. A Armando Galarraga le fue arrebatado un juego perfecto, pero le fue arrebatado de manera honesta, dentro de las reglas.

”De cualquier manera, debería contar, porque los umpires imperfectos son parte de este deporte tanto como los jardineros imperfectos que dejan caer un elevado, o los corredores imperfectos que olvidan pisar una base.

”Esta puede ser la peor decisión desde 1850, pero se sustenta en la regla 9.02 (a) del reglamento, que dice que los equipos no están facultados para cuestionar una decisión de los umpires. Mike Port, vicepresidente de arbitraje de las Ligas Mayores, hizo notar que la regla 9.02 (c) dice que ‘Ningún umpire deberá criticar, buscar revertir o interferir con las decisiones de otro umpire a menos que le sea solicitado por el umpire que tomó esa decisión.

”Lo que todos debemos apreciar de esta situación, es que el umpire tuvo el coraje de disculparse y que el pitcher tuvo la cortesía de aceptar la decisión tomada y la disculpa”.

El artículo de Jesse Sánchez, Joyce's legacy now includes imperfect call publicado en MLB.com, Jim Leylan da un punto de vista interesante:

“‘Esa es la naturaleza de nuestro negocio, simplemente así es. Los jugadores son humanos, los umpires son humanos, los periodistas son humanos’, dijo el manager de los Tigers. ‘Todos cometemos errores. Es una verdadera lástima. Jimmy es realmente un buen umpire, ha estado en la liga por mucho tiempo’”.

Los medios y el sobreanálisis


Para nadie es un secreto que el beisbol es, probablemente, el deporte más estudioso de sí mismo (el contar con estadísticas medianamente precisas de juegos disputados en el siglo XIX es una prueba fehaciente de ello).

Pero con tanta tecnología rodeando el juego en estos días, lo cual de primera intención supondría un beneficio, no sólo se contabiliza todo, sino que se sobreanaliza y los medios electrónicos, fieles a su tradición de manipuladores, se interesan más en la controversia que en el desarrollo del juego.

La utilización indiscriminada de la cámara lenta y la congelación de imágenes (que se nos venden como herramientas para mejorar el análisis) no puede verse con candidez. Tiene una intención ligada a los intereses de quien aprieta el botón de pausa. Esas herramientas sacan de contexto las jugadas, las decisiones de los umpires y los errores de todos los involucrados en el juego. Si se ha de juzgar como correcta o incorrecta una decisión, ¿no es lo justo hacerlo a la misma velocidad a la que el umpire tiene que decidir?

En el caso particular es notable la intención de exhibir y magnificar el error de Joyce. La cadena que transmite los juegos de los Tigers, al repetir la jugada controversial congeló la imagen (en cada repetición) antes de que Galarraga pisara la almohadilla.

La imagen congelada da la impresión (o quiere darla) de que el corredor está casi dos pasos alejado de la base cuando el pitcher completó el out. No fue así.

Al continuar la secuencia se aprecia que cuando Galarraga efectivamente pisa la almohadilla el corredor está a centímetros de hacer lo propio, con lo que se evidencia que la decisión del umpire, si bien incorrecta, no era sencilla.

¿Cuál es la intención de la congelación anticipada de la jugada? Magnificar el error ante los ojos de la audiencia y así, generar la siempre comercializable controversia.

El teórico italiano experto en medios de comunicación Giovanni Sartori, llama a eso, la contradicción de la televisión: ocultar mostrando.

Más que un perfecto


Al día siguiente, Jim Leyland, como un reconocimiento por el juego lanzado el día anterior, encargó a Galarraga entregar el line up al umpire principal, labor que para ese juego, le correspondía a Joyce.

La transmisión de televisión mostró la entrada de los umpires al terreno de juego. Joyce y su equipo salen del túnel e inmediatamente los más de 11 mil aficionados en Comerica Park se levantan y aplauden. Obviamente no aplauden el error, aplauden la grandeza de reconocer la equivocación y comportarse como un hombre al dar la cara al día siguiente.

Joyce rompió en llanto apenas al pisar el pasto. Más tarde diría:

“Estaba preparado para un abucheo que no me permitiera escuchar mis pensamientos. Lo hubiera entendido. Estaba preparado para ello, no para que la gente me diera esa gran lección de grandeza”.
Caminó hacia el home plate y con lágrimas en los ojos esperó a que Galarraga llevara el line up del equipo local. Lo recibió con un apretón de manos. Ahí estaban dos hombres, dos caballeros, comportándose como tales con 11 mil espectadores bañándolos con un aplauso.

Mientras revisaba las tarjetas, Joyce tuvo que limpiarse las lágrimas de los ojos. No era una imagen cursi y lacrimosa, era realmente conmovedor.

A cerca del asunto, Peter Gammons escribió en su columna de MLB.com:

“La lección más importante que hemos aprendido de lo que sucedió en Detroit es que Joyce, Galarraga y Leyland nunca perdieron la dignidad. Ellos trataron con respeto al juego y se trataron con respeto unos a otros.

”En tiempos en los que estamos rodeados de extremistas, diferencias de opinión que toman siempre el camino más bajo y voces que sienten la necesidad de gritar obscenidades, Joyce, Galarraga y Leyland demostraron el mejor de los instintos. Al final, le recordaron a jóvenes y viejos las palabras de John Grisham: ‘No hay nada malo con la civilidad’”.

No nos confundamos, esto no se trata de perfección (de un juego perfecto o de individuos perfectos). Se trata de tener vergüenza profesional, de tener honor (como bien decía Morgan Ensberg en su artículo).

Lo que estos hombres nos recordaron es que este es un juego de caballeros, que se equivocan sí, pero que nunca dejan de serlo.

Nunca había venido tan a cuento el slogan de Beisbol En Palabras: “Ahí donde la vida falla, se vuelve predecible, es injusta o se le acaba la imaginación, está el beisbol para devolvernos la fe en lo imposible”.

lunes, 24 de mayo de 2010

Joe quiere verte

(Sólo un par de líneas de introducción: Morgan Ensberg es un ex jugador de Grandes Ligas, ocho temporadas con Astros y Yankees. Ahora mismo intenta conseguir un trabajo como analista de televisión, para, según dice, "enseñar al aficionado los detalles que se les pueden escapar". De su propio blog, morganensberg.wordpress.com, Beisbol en palabras toma prestado este texto, que es una verdadera joya. ¿Alguna vez se ha preguntado usted cómo se termina la carrera de un beisbolista? ¿Cómo se siente el tipo después de recibir la noticia? ¿Qué piensa un jugador de las preguntas de la prensa? Ok. Aquí, Morgan Ensberg responde).


Morgan Ensberg
publicado originalmente el 29 de abril de 2010 en morganensberg.wordpress.com

¡Ensberg! ¡Tú sigues!
Esas fueron las palabras de Mike Guillespie, mi coach en USC (Universidad del Sur de California).
Era nuestro primer juego en 1996. Jugábamos contra la Universidad de Nevada en Reno y yo estaba en la banca, pero estaba a punto de tener mi primer turno al bate en la temporada.

Mi corazón intentaba salirse de mi playera, pero respiré hondo y traté de relajarme.

Calma. Has tenido prácticas de bateo extra después de cada una de las prácticas del año. Has atrapado rolas extra cada día.

Nunca la has tenido fácil. Pero eres un tipo que encuentra una manera de ganar. Eres un tipo persistente. ¡Ahora es cuando cuenta! ¡Puedes hacerlo! Es la hora. Ésta es tu oportunidad, Morgan.

Dios, te necesito ahora. Gracias por esta oportunidad. Has continuado bendiciéndome aun cuando no lo merezco. Por favor, dame la calma y permíteme usar la habilidad que me has dado. Amén.

Me he preparado. Estoy listo.

Al momento de pararme en la caja de bateo no sentía el cuerpo. Pero en cuanto el pitcher empezó su movimiento hacia el plato todo quedó en silencio. ¡Aquí viene la pelota!

¡Contacto!

Cuando terminaba mi swing miré hacia el callejón de jardín derecho y central. Ambos jardineros se dirigían hacia la barda. ¡Vete pelota! ¡Vete!

¡Jonrón! ¡Lo hice! ¡Pegué un jonrón! Gracias Dios, por ayudarme a estar listo.

Morgan, Joe quiere verte
Esas eran las últimas palabras que yo quería escuchar cuando jugaba para los Tampa Bay Rays en la primavera de 2009. Ningún jugador quería que esa frase fuera pronunciada en el clubhouse. Si eres llamado a la oficina del manager, especialmente en el Spring Training, entonces algo anda mal.

Mientras entraba a la oficina, vi al manager de los Rays, Joe Maddon. Sólo pude ver a los otros dos coaches cuando ya estaba dentro de la habitación. Sentados del lado izquierdo de la pequeña sala estaban Tom Foley (coach de tercera base) y Dave Martínez (coach de banca). Joe estaba sentado detrás de un escritorio orientado de frente a la puerta y me estaba mirando directamente; se le veía con poco ánimo cuando me dijo que me sentara. Lo hice. Joe tenía las manos metidas en la bolsa delantera de su sudadera y estaba recargado a medias en su silla. No tenía su ánimo festivo habitual. Parecía más un doctor que tiene la terrible responsabilidad de decirle a alguien que un ser querido acababa de fallecer.

"Morgan, te estamos dejando en libertad".

Mi cabeza se cayó de mis hombros. Mi ritmo cardiaco se aceleró y empecé a sudar como pasa siempre que estoy nervioso.

"No creo que sea el fin de tus días como jugador, pero no tenemos un espacio para ti".
Asentí con la cabeza, haciendo tiempo para poner todo en su lugar. Trataba de pensar, pero todo lo que podía hacer era un esfuerzo para no sacarme el corazón por la garganta. ¡Piensa, Morgan! ¡No puedo! Las emociones me dominaban y entonces, repentinamente, la claridad.

La primera palabra que salió de mi boca fue un solemne: Wow. Más asentimientos con la cabeza. Perdí la claridad de nuevo. Sentía que todos en la sala podían ver que estaba tratando de mantenerme en una pieza.

Podía sentir el orgullo moviéndose y eso, para mí, es malo. Si hay algo que tienes que saber sobre mí, es que no me gusta el orgullo. Creo que el orgullo es egoísmo. Creo que el orgullo te bloquea para ver la verdad.

Algunas personas creen que el orgullo es una virtud. En este país el orgullo es glorificado. Es un zumbido utilizado en comerciales de televisión y en discursos patrióticos. Pero el orgullo no es bueno. Las personas que usan esa palabra con frecuencia confunden el orgullo con el honor. El honor es bueno. El honor inspira respeto. El honor es humildad. El honor te impulsa a buscar un estándar más elevado pero siempre respetando a la autoridad. Mi meta siempre ha sido el honor.

Ahí, sentado frente a Joe, le dije:

"Bueno, quiero agradecerle la oportunidad. Realmente fue muy divertido conocerlos. Ustedes son muy buenos con los muchachos que tienen aquí. Tienen algunos de los mejores talentos que yo haya visto y creo que les irá muy bien. Gracias por ayudarme con mis manos (apenas cuatro días antes, Joe sugirió que moviera mis manos en una posición diferente y súbitamente tuve seis hits en 15 turnos al bat). Fue grandioso conocerlos, muchachos".
Luego de esto, me levanté con una sonrisa, conteniendo las lágrimas, estreché las manos de cada uno y les di las gracias.

Caminé hacia el área de casilleros mientras me quitaba la playera. Los muchachos me preguntaron qué pasaba y les dije: “Me acaban de dejar en libertad”. Inmediatamente hubo “NOs” y “¿Estás bromeando?” Eso me hizo sentir bien. Pero yo estaba fuera.

Los chavos vinieron a estrecharme la mano y a pedirme mi teléfono. Realmente son buenos chicos y todos me desearon buena suerte. Yo suelo decirle a la gente que no creo en la suerte más allá de la lotería. Creo en el trabajo duro. Pero entendí sus mensajes. Sonreí y les dije a todos que yo estaría ahí si ellos necesitaban cualquier cosa.

Es mejor que tome mi guante
La única cosa que me importaba era tomar mi “guante de partidos” (“gamer” en el original. Nota del metiche). Es el guante que sólo uso en los juegos. Muchos jugadores tienen un guante para la práctica de bateo y su guante de partidos. Tener un guante de partidos no es una de las afamadas supersticiones del beisbol. Por supuesto, como la suerte, las supersticiones no existen en mi mente. Pero sentirse cómodo sí. Mi guante de partidos es cómodo. Conozco cada pulgada de ese guante. Mi guante de práctica de bateo eventualmente se convertirá en mi guante de partido el año siguiente, pero el guante de partido está listo ahora. Amo este guante. Siempre pensé: mientras yo tenga mi guante de partidos, tú puedes encargarte de todo lo demás. Por supuesto el manager del clubhouse empaca todas tus cosas y te da tu maleta hecha, pero yo siempre voy a llevar mi guante de partido conmigo.

No siento las piernas
Mientras dejaba el clubhouse pasé junto a un grupo de 10 periodistas japoneses que estaban ahí para cubrir al segunda base Akinori Iwamura. Apenas notaron mi presencia, yo no representaba nada para ellos porque, francamente, yo no soy japonés. Continué caminando con el sentimiento surreal de que esa era la última vez que salía de un campo de juego como jugador profesional. Entonces, a sólo un par de metros de la puerta del estacionamiento, escuché: ¡Morgan!

Demonios.

Yo no evado a la prensa. No finjo que no los escucho, porque eso ni siquiera se finge. Es una mentira. Entiendo que el reportero sólo está tratando de hacer su trabajo y detener a los jugadores para hacerles preguntas es parte de su trabajo. ¿Cómo podría hablar de honor si fingiera que no escucho a los reporteros cuando me hablan?

Me di vuelta y sonreí. Él tenía su grabadora en la mano y quería hacerme unas preguntas. Las respondí con optimismo.

“Sí, fue sorpresivo, pero todavía hay tiempo”, dije en el tono más animado del que fui capaz. Fue como tratar de poner cara de felicidad después de que tu perro ha sido atropellado. Sus preguntas continuaron durante unos minutos y finalmente fue todo.

Como siempre, me preguntó un montón de cosas que podrían ser fácilmente malinterpretadas por los fans al leer su artículo. Todo dependería de cómo el reportero haya interpretado mis respuestas y de cómo él escribiera mis opiniones para que los fans las interpretaran por ellos mismos. Pero realmente, él nunca me hizo preguntas, más bien me decía frases y esperaba a que yo reaccionara.

Ensberg (izquierda) durante el Spring Training
de 2009
con los Tampa Bay Rays

“Entonces, fue una sorpresa”, dijo el reportero.

Yo quería decirle:

“Sí, ¿tú crees? Hace siete minutos me despidieron. Tal vez todavía estoy muy dolido por el pinchazo. Es una porquería que tú quieras hacerme preguntas (que realmente no son preguntas) tan fuera de lugar como puedas para, posiblemente, tener la exclusiva de cómo ese tipo Ensberg parece un tipo sereno pero que pierde la cabeza cuando las cosas salen mal”.

Pero de alguna manera, me mantuve calmado. Reconozco que lo honorable hubiera sido responder las preguntas y dejar a un lado mi orgullo. Pude escuchar al ángel (más bien al Astro) cerca de mi hombro, Jeff Bagwell, diciéndome gentilmente al oído:

"¿Has pensado en ese reportero que, bien o mal, sólo trata de ser grandioso en su trabajo?"

Puedo respetar eso. Si él simplemente hace su mejor esfuerzo por ser bueno en su trabajo, entonces yo soy capaz de hacer mis emociones a un lado y tratar de darle las declaraciones más honestas que pueda.

“Bueno, todavía hay tiempo. Esto todavía no se acaba”.

Por supuesto, eso sólo abrió las compuertas. Por el rabillo del ojo vi al resto de los reporteros corriendo hacia afuera del clubhouse. Venían, literalmente, corriendo por una declaración.

Seamos honestos, eso pasa porque la industria de las noticias está tan intoxicada que presiona a los reporteros para no enfocarse en la historia objetiva que tienen encomendado cubrir, sino para alimentar el lado subjetivo y altamente emocional de los deportes, porque los fans quieren controversias. En mi experiencia, si un reportero obtiene algo controversial se convierte en el héroe del día. Especialmente si el periódico rival no tiene la nota, entonces sus jefes se quieren arrancar la cabeza porque les ganaron una nota que no tiene absolutamente nada que ver con el juego que sucede en el campo.

Uno puede ver la presión con la que los reporteros tienen que lidiar. Soy un convencido de que los periódicos presionan a los reporteros para que escriban cosas controversiales. No tengo ninguna duda.

(…)

La prensa japonesa
Los japoneses son fanáticos de sus estrellas. Cuando jugué para los Yankees Hideki Matsui tenía sus propias conferencias de prensa casi todos los días. Yo amaba a Hideki. Su locker estaba junto al mío. Los reporteros que merodeaban a nuestro alrededor siempre sonreían y cada vez que ellos llegaban yo trataba de aprender un poco de japonés.

Aprendí, por ejemplo, que “Ohiyo Gozaymas” significa “Buenos días” y se usa sólo con gente a la que realmente respetas. También aprendí una palabra que no tiene traducción al inglés: “Otskaresama”, que significa algo así como “Hicimos un gran trabajo hoy y trataremos de ganarles mañana”.

Siempre que camino por un clubhouse y veo un reportero japonés le digo: Ohiyo Gozaymas e inclino un poco la cabeza. Me gusta que sepan que los respeto.

(…)

Estaré en forma por un mes
Después de llamar a mi esposa, Christina, y darle las noticias, decidí regresar a casa. Ser dejado en libertad a tres días de que termine el Spring Training es lo peor que te puede pasar. Los equipos están cortando sus números y no necesitan sumar jugadores, necesitan restar. Pero con algo de suerte, pensé, algún equipo llamaría con una oferta de trabajo.

Cero.

Mi agente, Joe Sambito, escribió correos electrónicos a todos los equipos diciéndoles que había sido dejado en libertad y que me gustaría jugar incluso si era en categoría AAA.

Cero.

Ni uno. Ningún equipo llamó para pedirme jugar ni siquiera en AAA. Estaba devastado. No estaba lastimado. Debía haber algún equipo que necesitara un tercera base sano. Yo era un veterano de 33 años que nunca en su vida había estado en un equipo perdedor. Mi carrera incluía un campeonato nacional universitario y cuatro campeonatos de ligas menores. Carajo, fui el MVP de los Astros el año que llegamos a la Serie Mundial. Pero, claramente, yo no veía las cosas de la misma manera en la que los equipos lo hacían.

Después de todas las campañas ganadoras, yo pensaba que si había una cosa con la que yo contribuí en todos mis equipos, era la de fungir como “quimioterapia”. Tal vez mi mayor atributo era que evitaba que los jugadores se convirtieran en células de cáncer.

Pienso que si deseas que alguien de tu equipo juegue mal, eres un cobarde. Creo que si quieres que un compañero falle, debes mirarte en el espejo. Geoff Blum y Mike Lamb, dos tipos que juegan mi posición, todavía son amigos míos muy cercanos. Puedo decir honestamente que nunca desee que les fuera mal. Nunca comparé su desempeño con el que creía que yo podía tener. Llevé esa actitud a cada equipo en el que jugué. Y tal vez eso hizo alguna diferencia.

Hay una excelente película titulada Facing the giants. Kevin Edelbrock era nuestro párroco en la Capilla del Beisbol con los Astros y él me sugirió ver la película.

La Capilla del Beisbol es, básicamente, nuestra iglesia durante la temporada. Nuestros juegos del domingo son a la 1 de la tarde y usualmente llegamos al parque cuatro horas antes, así que no tenemos tiempo de ir a la iglesia, especialmente cuando estamos de gira. Pero la Capilla del Beisbol nos proveía de un pastor (sin importar si estábamos en casa o en gira) que nos daba un sermón de 15 minutos los domingos. Era una operación magnífica. No tenías que ser de una religión en particular para asistir.

Regresando a la película. El personaje principal, Grant, es un coach de un equipo de futbol colegial, su vida persona es mala, su trabajo es malo, su equipo es malo. En una escena, él va caminando por un pasillo de la preparatoria y ve que el pastor de la escuela toca cada locker y dice una plegaria para los estudiantes. El pastor lo mira y le dice: “Coach. Dios tiene un plan para usted. Deje que le cuente una historia. Eran dos campesinos cuyas tierras sufrían una dura sequía. El primer campesino no hacía nada, pero el segundo se levantaba temprano y araba su tierra. Cuando el primer campesino lo vio, le dijo: ‘No ha llovido desde hace años, ¿qué crees que haces?’ y el segundo campesino contestó: ‘Me preparo para la lluvia’”.

En el curso de mi carrera en el beisbol aprendí que cuando las cosas no salen como lo esperas, debes cambiar tu enfoque. No puedes controlar el desempeño de los otros tipos que juegan tu posición. Pero puedes “arar tus tierras”. Puedes trabajar en la jaula de bateo o ejercitarte en el gimnasio. Si eres pitcher, puedes practicar tu manera de agarrar la pelota y trabajar en pichadas que te ayuden a tener más éxito. Tener sesiones extras de atrapar elevados y rolas. Puedes prepararte para la lluvia. Cuando te llamen, entonces estarás listo. Y si la llamada no llega, sabrás que hiciste todo lo que pudiste para triunfar. Aprendí eso de que mi experiencia en la pelota universitaria y lo probé una y otra vez en mi carrera en el beisbol profesional. Siempre quise enseñarles eso a los jugadores jóvenes.

Saliendo del estadio
Mientras salía del estadio en Fort Myers, en la primavera de 2009, miré alrededor y vi a los reporteros japoneses y les grité: “Otskaresama”.

Como ya dije, la palabra no tiene traducción al inglés. Pero creo que significa “prepararse para la lluvia”.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Como ablandar un guante nuevo

(Les dije desde el principio que de vez en cuando habría en Beisbol en palabras algunas cosas que verdaderamente valdrían la pena y que serían escritas por otra gente. Ok. Aquí va una. El texto de Jim Caple, publicado en ESPN.com el 10 de mayo pasado, no tiene desperdicio, vale la pena que yo me guarde mis irrelevantes consideraciones y les deje completito este divertido y curioso texto. Si nos ponemos muy amables con el encargado del blog, diremos que este post tiene el relativo mérito de compararse con las basuras de traducciones que hacen en ESPNdeportes. Repito, sin desperdicio. Con ustedes, Mr. Jim Caple).



Microondas, tinas de agua caliente y hornos tradicionales entre otras, las opciones de los jugadores de Grandes Ligas

Jim Caple

Yo pensaba que ablandar un guante nuevo era sencillo. Le pones una bola en la canasta, lo amarras con una agujeta, lo metes debajo del colchón (junto al número especial de trajes de baño de Sports Illustrated, un número de Maxim’s y el catálogo de Victoria’s Secret) y luego duermes todo el invierno. Pero entonces le pregunté a varios jugadores de Grandes Ligas cómo ablandan sus guantes nuevos y he aprendido, entre muchas otras cosas, que ablandar un guante se ha convertido en algo mucho más complicado.

Aaron Rowand, de los Gigantes de San Francisco dijo, “primero lo mojo, lo meto completamente en una cubeta con agua. Luego lo pongo en el microondas por un minuto y 10 segundos para que se suavice la piel y luego lo tomo y salgo a cachar pelotas tiradas por una máquina de picheo”.

Esperen un momento. ¿Lo mete al microondas? ¿En serio? ¿Quién mete su guante de beisbol al microondas y por qué?

“Mi guante cometió un error, no yo, entonces tuve que castigarlo y lo puse en el microondas 30 segundos”, cuenta el jardinero central de los Angels, Torii Hunter. “Después de eso me sentí mucho mejor. Entonces decidí hacerlo cada año en el Spring Training para ablandar mis guantes”.

Hunter y Rowand no están solos. Usar el microondas para ablandar guantes de beisbol está de moda en estos días. Félix Hernández, Pablo Sandoval, Vladimir Guerrero, Ervin Santana y muchos otros usan la ruta del microondas.

Rowand sostiene que el microondas ablanda la piel y permite que se amolde a tu mano con más facilidad. Advertencia: No lo dejes ahí por mucho tiempo. “Yo traté de hacerlo una vez y se derritió el forro”, dijo el primera base Doug Mientkiewicz. “Fue la última vez que lo intenté”.

Hunter recomienda menos de 60 segundos. “Aprendí que si lo dejas ahí por un minuto empieza a cocinarse, casi te lo puedes comer después de eso”.

Stephen Drew de los Arizona Diamondbacks no utiliza hornos de microondas. El ocupa el horno de vieja escuela, mete ahí su guante como si fuera un pavo de Día de Gracias y lo calienta a 150 grados centígrados durante dos o tres minutos luego de embarrarlo de crema para afeitar. Mmmmmm. “Mis hermanos mayores (J.D. Drew de los Boston Red Sox y Tim) lo hacían así cuando yo era niño, así que sólo estoy siguiendo sus pasos”, dijo.

Cuando se trata de recetas para ablandar guantes de beisbol, los ingredientes clave son los mismos que los que se usan para crear un diamante: calor y presión. “Uno de mis cuates me dijo que lo pusiera en la cajuela de mi carro. Hace mucho calor ahí, seguro se ablanda”, dijo el segunda base de los Seattle Mariners, Chone Figgins, quien creció en Tampa. “Otra vez me dijo que lo golpeara con mi bate”.

Antes de descubrir el método del microondas, Hunter asegura que ponía sus guantes debajo de una de las patas de la mesa de la cocina. Howie Kendrick, de los Anaheim Angels, dijo que lo ponía en el suelo y caminaba sobre él, lo aventaba repetidamente contra una pared y golpeaba la canasta con un bate. Algunos jugadores menos pacientes solían pasar una llanta de su carro sobre los guantes, lo que a mi entender es una falta de respeto. “Si es un guante nuevo no merece ningún respeto”, dijo el shortstop de Seattle Jack Wilson. “No se merece ningún respeto hasta que ha sido usado en un juego”.

Milton Bradley asegura que él simplemente va con el método tradicional de amarrar y dejar debajo del colchón. Tim Lincecum suele ablandar sus guantes sólo cachando pelotas con él hasta el cansancio. Mark DeRosa tiene un método aún más simple. Espera a que el representante de Rawlings (prestigiosa marca de guantes de beisbol. Nota del metiche) llegue a mostrar guantes a los jugadores en el Spring Training y le pide que le guarde uno después de que todo el mundo se lo haya medido y lo haya probado. “Para cuando ha sido probado por 10 o 12 equipos diferentes está en perfectas condiciones, completamente ablandado”, dijo.

Ken Griffey Jr. tiene un método más sencillo todavía para ablandar sus guantes. “Se los mando a mi papá y él lo hace por mí”.

Pero el método más simple de todos, es probablemente el de Jack Wilson. El no ablanda sus guantes. Bueno, eso tal vez no sea preciso. No es que él nunca haya ablandado guantes, lo que pasa es ya no lo hace. Mientras otros jugadores usan dos guantes por temporada, él ha usado el mismo durante seis temporadas completas. De tanta brea que tiene encima el guante es una amenaza ambiental que requiere almacenamiento especial fuera de su casa.

“La brea crea una especie de cáscara que no permite que la parte interior de los dedos se aguade. Es hermoso”, dice Wilson mientras contempla su guante. “Cuando encuentras uno bueno, tratas de mantenerlo todo el tiempo que sea posible. Este no se usa para jugar a cachar, sólo se usa en partidos y no sale hasta el primer inning. En el espacio entre temporadas se guarda en un recipiente sellado, ahí se queda todo el invierno y no lo toco hasta el Día Inaugural. Está tan viejo que a veces temo que se rompa, así que lo mantengo en el garaje, es el mejor lugar para guardarlo porque regularmente siempre tiene la misma temperatura y casi siempre está cerrado. Entonces lo llevo al Spring Training, lo saco del encierro y está listo para el Día Inaugural”.

¿El mejor método para ablandar un guante? Sin duda alguna, el de Torii Hunter. Antes de meterlo al microondas, Hunter sumerge su guante en un jacuzzi. Evidentemente es un proceso sumamente atractivo. “Siempre tenemos muchas mujeres en el jacuzzi”, dice Hunter antes de soltar una carcajada. “Mi guante siempre está en el jacuzzi con alguien. Es un guante especial, es mi guante de la suerte”.