domingo, 22 de agosto de 2010

The shot heard ‘round the world

Lo que realmente vale la pena es el texto de Alan Shwarz y Bobby Thomson, Juan Carlos Plata sólo le puso un poco de contexto.


En 1951 los New York Giants y los Brooklyn Dodgers jugaron una serie de desempate para decidir al campeón de la Liga Nacional luego de terminar con idéntico récord en la temporada regular.

En agosto, los Dodgers llegaron a tener una ventaja de 13 juegos en el standing, pero los Gigantes ganaron 37 de los últimos 44 juegos de la temporada y alcanzaron a los de Brooklyn para forzar el playoff, en lo que muchos expertos coinciden en llamar la temporada más emocionante de la historia del beisbol de Grandes Ligas.

En ese tiempo no existían formalmente los playoffs (la Serie Mundial la disputaban los equipos que terminaban en el primer del standing de cada liga). Antes de ese año sólo dos veces fue necesario un desempate: en 1946, los Cardinals contra los Dodgers y en 1948, los Indians contra los Red Sox.

Luego de dividir triunfos en los dos primeros juegos, el tercer encuentro se llevó a cabo en el mítico estadio de Manhattan: Polo Grounds, casa de los Giants.

Los Dodgers anotaron una carrera en la primera entrada y en la séptima los Giants empataron el marcador; en la octava los visitantes anotaron tres veces. En ese inning el tercera base de los Giants, Bobby Thomson, no pudo controlar una rola fuerte que se convirtió en infield hit productor de una carrera y fue superado por una rola que terminó en el jardín izquierdo, también productora de una carrera.

Con Don Newcome en el montículo, parecía que los Dodgers tenían en la mano el boleto para la Serie Mundial. Les faltaban sólo tres outs.

Es justo ahí donde empieza nuestra historia:

El sábado 21 de agosto de 2010, The New York Times publicó el siguiente artículo en su sección de Deportes. (Beisbol en palabras la reproduce, íntegra, sin autorización pero sin fines de lucro).

Pasar de lastre a héroe, en las propias palabras de Thomson

En 2006, Alan Shwarz entrevistó a Bobby Thomson para un capítulo de su libro “One upon a Game: Baseball’s Greatest Memories”. Ambos colaboraron en este ensayo, que no sólo revive quizá el momento más famoso de los deportes sino también un día en el que Thomson temió ser recordado, por sobre todo lo demás, como un lastre (goat, en el original).

Nunca me había sentido más miserable en mi vida. Azoté mi guante en el dugout. Mis New York Giants y yo lo podíamos sentir, nuestro campeonato se nos escapaba. No éramos lo suficientemente buenos para ir a la Serie Mundial. Y todo era mi culpa.

En el juego final de la serie de playoff con nuestro archirrival, los Brooklyn Dodgers, para decidir el Campeonato de la Liga Nacional, yo jugaba la tercera base y en el octavo inning no pude hacer dos jugadas que realmente nos costaron. Los Dodgers anotaron tres veces para tomar una ventaja de 4-1. No importaba que los Giants hayan venido de atrás todo el verano para forzar el playoff en una de las más grandes carreras por un gallardete en la historia de las Ligas Mayores. No importaba que estuviéramos tan cerca de la Serie Mundial. Nuestra temporada estaba a punto de terminar. Yo estaba totalmente aislado, furioso.

Entonces, la cosa más extraña sucedió.

En el cierre de la novena yo estaba en el círculo de espera cuando Whitey Lockman pegó un doble al jardín izquierdo que impulsó una carrera, poniendo el marcado 4 a 2 y mandando a Don Mueller a tercera base. Pero la siguiente cosa que vi fue a Don tirado en el piso, doliéndose. Corrí a donde él estaba –todavía con el bat en mis manos- porque Don era un muy buen amigo mío. Traté de confortarlo, pero su tobillo estaba realmente lastimado. Fue ahí cuando nuestro manager, Leo Durocher, vino y puso su brazo alrededor de mis hombros.

“Bobby”, dijo, “si vas a pegar uno alguna vez, hazlo ahora”.

¿Qué? Mi mente no estaba para nada en el juego. Había olvidado que era mi turno al bat –con un out, nosotros abajo 4-2, cierre de la novena y nuestra temporada en el alambre.

Pensé que Leo estaba loco. Pero él estaba en lo correcto. Nunca había sido del tipo de hablar conmigo mismo, pero mientras caminaba los 90 pies hacia el plato, empecé a hacerlo. “Regresa al beisbol”, me dije. “Regresa al beisbol”. Estaba poniéndome en la condición mental correcta. Para el momento en que llegué al plato, me estaba llamando a mi mismo hijo de puta (S.O.B en el original, son of a bitch). “Date la oportunidad de pegar un hit, hijo de puta”. La caminata fue de sólo 90 pies pero yo sentí que duraba para siempre.

Cuando llegué al plato y mire hacia el montículo, ahí estaba…Ralph Branca.

No me había dado cuenta de que él había entrado al juego. Los Dodgers habían hecho el cambio de pitcher mientras Mueller era sacado del campo, reemplazando a Don Newcombe por Branca. Ahora, Branca no era un inepto. Había ido tres veces al Juego de Estrellas y había ganado 20 juegos en una temporada. La multitud en Polo Grounds estaba loca, yo estaba parado ahí llamándome a mí mismo hijo de puta y…

Dejé pasar la primera pichada justo por en medio del plato. ¡Una bola rápida que venía por el centro de Broadway! Mis compañeros querían matarme. Pero yo estaba en mi propio mundo. Para la siguiente pichada yo estaba determinado a no dejar que otro chance parecido se me fuera.

Branca quería sacarme del plato con el siguiente lanzamiento. Tiró una bola alta en la zona, cerca de mis manos. Mientras venía hacia mí, apenas pude ver la maldita bola. Estaba luchando por mi vida ahí y jalé el gatillo. Golpeé la bola con la parte buena de la madera –no hay sensación parecida a batear precisamente una pelota- y la bola navegó por el cielo. Aterrizó más allá de la barda mientras yo corría hacía la primera base.

Súbitamente habíamos ganado, 5-4, y Polo Grounds hizo erupción. Recuerdo que mientras flotaba por las bases hiperventilaba. Sabía lo que había hecho, pero estaba demasiado impresionado como para creerlo. Rodeé tercera base, me encaminé hacia el home e hice un último salto en el plato y hacia los brazos de mis compañeros. Rápidamente yo estaba encima de los hombros de Whitey Lockman y nos rodeaba mucha gente. Fue muy ruidoso durante mucho tiempo. Era una increíble gritería que duraba y duraba.

El vestidor era un caos. Cuando las cosas empezaron a calmarse, un representante del programa de radio de Perry Como me ofreció 500 dólares para ir al programa esa noche. Le dije que sólo quería pasar el resto de la tarde con mi familia en Staten Island. El tipo me dijo: “Te queremos ahí, te daremos mil dólares”. Y yo dije, “por mil dólares, la familia puede esperar”.

Así que hice el show y después manejé mi carro hasta el ferry de Staten Island. Esa noche tuve una cena con mi familia –¡ellos me esperaron!- en el mejor lugar de la ciudad. Estuvieron por lo menos ocho personas, mi madre, varias de mis hermanas y sus esposos. Creo que mi hermano, Jim, era el más emocionado de todos esa noche. Todavía recuerdo cuando él me llevó a aparte.

“Bob”, me dijo. “¿Te das cuenta de lo que acabas de hacer? Algo así tal vez nunca vuelva a suceder”.

Pensé lo que Jim acababa de decir. Fue ahí cuando, por primera vez, caí en cuenta que tal vez mi jonrón significó un poquito más que sólo nosotros derrotando a los Dodgers.


Leo Durocher y Bobby Thomson luego del tercer juego
del playoff de 1951 contra los Dodgers

Al día siguiente del juego, la nota referente al encuentro publicada en el New York Daily News fue titulada: “The shot heard ´round the baseball world” (El tiro que se escuchó alrededor del mundo del beisbol) y el jonrón de Thomson había sido bautizado.

Red Smith, reportero del New York Herald Tribune publicó el 4 de octubre de 1951 una sublime nota periodística a cerca el juego. El texto inicia con las siguientes líneas:

“Se acabó. Las historias han terminado. Y no hay manera de decirlo. El arte de la ficción está muerto. La realidad es la más extraña invención. Sólo lo más completamente imposible y la fantasía que no puede ser expresada en palabras merece ser aplaudida”.

En 2001, una investigación periodística de The Wall Steert Journal confirmó el rumor de que durante la temporada de 1951los Giants sistemáticamente robaban las señales de los cátchers rivales mediante un telescopio colocado en su vestidor (en Polo Grounds se ubicaban justo detrás de la barda de jardín central).

El entonces catcher de los Giants, Sal Yvars, reveló al periodista Joshua Prager autor del libro “The echoing green: The untold story of Bobby Thomson, Ralph Branca and the shot heard ‘round the world” que él fue el encargado de comunicarle a Thomson que Branca le lanzaría la recta alta con la que Thomson bateó el jonrón.

Thomson negó saber qué pichada venía. Por su parte, Branca declaró al New York Times en 2001:

“No quiero minimizar un momento legendario del beisbol. Y aún si Bobby hubiera sabido qué pichada venía, todavía tenía que batearla. Saber la pichada no siempre ayuda”.

-El jonrón de Thomson fue bateado a las 3:58 de la tarde del 3 de octubre de 1951.
-Mientras Thomson estaba en el plato, en el círculo de espera se encontraba un novato que más tarde se haría famoso. Su nombre, Willie Mays.
-Thomson nació en Glasgow, Escocia el 25 de octubre de 1923.
-En 2003, el jonrón de Thomson fue colocado en segundo lugar de la lista de los jonrones más grandiosos de la historia, sólo detrás del de Bill Mazerosky con el que los Pirates ganaron el séptimo juego de la Serie Mundial de 1960 a los Yankees en el desaparecido Forbes Field. La lista fue elaborada y publicada en la página de internet de ESPN.
-Bobby Thomson falleció el lunes 16 de agosto de 2010, a los 86 años.