jueves, 5 de marzo de 2015

La educación de Alex Rodríguez (1 de 3)

(De él se dijo que estaba llamado a ser el mejor beisbolista de todos los tiempos, luego todo se vino abajo. Vilipendiado en cada espacio escrito, electrónico o digital que hable de beisbol, Alex Rodríguez está de vuelta. Regresa de su suspensión para beneplácito de sus detractores y de su puñado de seguidores. En preparación a su regreso, ESPN The Magazine publicó en su edición de marzo este magnífico texto de J. R. Moehringer sobre una de las figuras más controversiales de la historia de este y de cualquier deporte. Gentil audiencia, con ustedes, Alexander Emmanuel Rodríguez). 

La educación de Alex Rodríguez

J.R. Moehringer



Se escondía debajo de su sudadera con gorro, desplomado en su silla acolchada, trataba de mezclarse con la decoración, y estaba funcionando: Por una vez en su vida se las ingeniaba para no atraer atención sobre sí mismo. Pero entonces el profesor se levantó y dijo algo verdaderamente… fuera de lugar. Algo que amenazaba con arruinarlo todo. El maestro dijo: En el primer día de clases con cada grupo, me gusta dejar que los estudiantes hablen un poco de sí mismos, así que ahora cada uno de ustedes dirá su nombre, en qué trabajan y algo acerca de porqué decidieron tomar la clase Marketing 644.
El profesor señaló a una joven sentada al frente y ella, sin dudarlo, se levantó y le dijo a la clase que trabajaba en UPS, que esperaba graduarse como maestra en Administración de Negocios y que quería convertirse en bla bla bla bla. Había dos docenas de estudiantes en el salón y uno por uno siguieron el ejemplo de la primera joven, lanzando sus micro autobiografías y dejando el turno al sugerente estudiante, y al siguiente.

Él los miraba, los escuchaba con atención, envidiaba sus pequeñas, ordenadas y limpias historias de vida y su confianza intelectual. Su vida es un desastre, como todo mundo sabe, y constantemente se siente rebasado intelectualmente porque no fue a la universidad. Sin padre y sin formación universitaria -sus dos heridas sin sanar, sus grandes dolores-. Esas dos carencias son, en buena medida, las razones por la cuáles está hoy aquí. Pero no, él no se atrevería a decir esas cosas, no quiere decirle a los demás estudiantes nada sobre sí mismo, mucho menos contarles todo, incluidos sus secretos más oscuros. Y ahí venía, el invisible bastón de la atención sigue acercándosele, no muy diferente a la manera en la que se acerca una pelota de beisbol cuando rueda hacia la tercera base que él cubre. De hecho, él alcanza a notar que si el salón de clases fuera un campo de beisbol, por pura causalidad su asiento sería 'la esquina caliente'.

Y sucedió. El estudiante sentado junto a él terminó de hablar, el salón se quedó en silencio casi religioso y él era el siguiente. Al menos todos estaban lo suficientemente aburridos como para voltear. Él se dirigió a las espaldas y la parte trasera de las gorras. Les dijo su nombre, Alex Rodríguez. Les dijo cuál era su trabajo, tercera base de los New York Yankees. Les dijo que era dueño de algunos negocios, y que estaba ahí porque quería aprender acerca de….

Lentamente, muy lentamente, las dos docenas de estudiantes voltearon y lo miraron fijamente con la boca abierta. Ellos saben quién es, por supuesto. La mitad del planeta lo sabe. Está en las noticias todos los días. Es el beisbolista ese que fue suspendido por esteroides o algo así, lo que lo hizo más que famoso. Tiene mala fama, es peligroso, de cierta manera es cool, una mezcla entre Babe Ruth y el Conde Drácula. Sigue hablando y los estudiantes siguen mirándolo fijamente y ninguno de ellos puede procesar lo que está sucediendo o lo que está diciendo, porque mientras él sinceramente trata de explicarse, de dar un informe breve de sí mismo, no puede contestar la única pregunta que pasa por la mente de todos los asistentes:

¿Qué demonios hace A-Rod en mi clase de marketing?

Él tampoco está seguro. Como todo en su vida, es complicado.

Pero al mismo tiempo no es tan complicado. Es dolorosamente simple. Está aquí porque necesita una educación. La ha necesitado por mucho, mucho tiempo.
Y este año, lo quiera o no, la va a recibir.

La gente lo odia. En serio lo odian. Al principio lo amaban, después los confundía, luego los irritaba, y ahora directamente lo detestan.

Con mucha frecuencia, mencionar a Alex Rodríguez en compañía de personas desata un amplio espectro de respuestas condicionadas. Repulsión dolorosa, sonidos guturales, miradas desviadas con exageración. Cientos de beisbolistas han sido descubiertos usando esteroides, incluidos algunos de los nombres más reconocidos y más adorados, pero de alguna manera Alex Rodríguez se ha convertido en el Lord Voldemort de la era de los esteroides. ¿Ryan Braun? Ganó un premio al Jugador Más Valioso, fue atrapado usando esteroides, dos veces, llamó antisemita al responsable de los exámenes antidoping, hizo tontos a sus mejores amigos, incluido Aaron Rodgers, y aun así no inspira un ápice de la mala voluntad que persigue a Rodríguez como una nube nuclear.

La costumbre de hacer leña del árbol caído es una de las razones. Rodríguez nació con excesivas cualidades físicas -poder, visión, energía, tamaño, velocidad- y parecía específicamente diseñado para alcanzar la inmortalidad, como si hubiera sido ensamblado en un taller celestial por ángeles y un grupo de artistas de Marvel Comics. Después, tuvo la inmensa fortuna de alcanzar la edad adecuada en el exacto momento en que los contratos de beisbol estaban a punto de explotar. Meses antes de que tuviera edad suficiente para rentar un carro firmó un contrato por 252 millones de dólares. Siete años después: otro contrato por 272 millones más. Si a eso se le agrega que su aspecto físico parece valer otros 500 millones, la gente sólo tuvo que esperar el desastre. Los fans apoyarían al atleta multimillonario que además es ridículamente bien parecido (cuerpo esculpido por Rodin, piel color de mantequilla derretida, ojos pardos), pero al minuto que tropezara, pregúntenle a Tom Brady, harían fila para patearlo en sus, seguramente, esponjosas pelotas.


Sin padre ni universidad: Sus dos heridas abiertas.
Los defensores de Rodríguez (y sus empleados) responden rápidamente: Dios, el tipo no ha matado a nadie. Pero sí lo ha hecho. A-Rod asesinó a Alex Rodríguez. A-Rod secuestro brutalmente y reemplazó al virginal, bilingüe, mestizo, niño maravilla, al fenómeno cachetón cuyo único camino era hacia la cima. A-Rod killed the radio star*, y su caída de la gracia rompió con toda la simbología y el mito de lo que significa ser un atleta superhéroe en los Estados Unidos modernos.

Algunos detractores de Rodríguez están menos ofendidos por sus pecados mortales de lo que lo están por los veniales. Para ellos, se trata del instinto infalible que le daba su óptica privilegiada. Golpear el guante de un pitcher. Despreciar a los Red Sox. Besar un espejo. Faltarle al respeto a Jeter. Salir con Madonna -de todos sus líos, el más dañino (desde el punto de vista de las relaciones públicas, le habría ido mejor si hubiera salido con Bernie Madoff. De hecho, le habría ido mejor si hubiera manejado una bicicleta doble por Broadway con Madoff en el asiento de atrás y repicando una pequeña campanita). Otros detractores se enfocan más en lo verbal que en lo visual y desatan su odio por algunos errores de pronunciación del inglés, que ha tenido varios. Rodríguez es ese producto inevitable de una época centrada en la imagen y menos en las letras, un hombre bilingüe que no tiene una casa en ningún idioma.

Y aun así, si las palabras no habían sido sus amigas, con frecuencia fueron sus cómplices. No importa por dónde se le vea -el impostor insufrible, la leyenda contaminada, el chivo expiatorio acosado, el ángel caído, el humano imperfecto- es difícil argumentar que Rodríguez es un buen muchacho, porque hay un hecho que nadie puede negar. En múltiples ocasiones Rodríguez miró directamente a las cámaras de televisión, a los micrófonos de estaciones de radio, a las caras de fanáticos, amigos y reporteros y dijo cosas rotundamente falsas.

¿Cuántas pastillas, cremas y agujas había usado? ¿Cuánto habían ayudado esos químicos a sus ya de por sí enormes dones físicos? Esas y otras preguntas serán objeto de debate por toda la eternidad y nunca serán totalmente respondidas, pero ya no habrá debate sobre la credibilidad de Rodríguez. Es un mentiroso probado, reincidente, y por eso, mientras se prepara para regresar de la más prolongada suspensión por esteroides de la historia del beisbol, mientras se reacondiciona física y mentalmente para su entrenamiento de primavera número 21, mientras que hay un enorme interés en su historia, no hay utilidad en sus declaraciones.

Más allá de la utilidad, no hay manera.

Toma una declaración de Rodríguez, ponla entre comillas y mira lo que sucede; se hará nata como leche de varios días. Las palabras se hacen inestables, inservibles, extrañamente irónicas. No es una opción, citarlo o no cotarro, es simple ciencia, obediencia de las leyes naturales, una alquimia loca entre su credibilidad y los signos de puntuación. Escribir una declaración de Rodríguez es como poner pastillas de menta en una coca cola. Producirá una gran ola, todo mundo se emocionará por tres segundos y después sólo quedará el desastre y uno se pregunta qué habrá conseguido, además de algunas dificultades y una mancha permanente.

De hecho, no te molestes en sacar una grabadora o una libreta de apuntes en presencia de Rodríguez. Además de provocar una reacción física en él: Cara de Zombie Relajado. Y además de que fuera de grabación apenas dice más que "Salud" cuando alguien estornuda, él perdió su derecho a la exactitud. No hay tal cosa como literalidad para él. Por lo menos no por ahora. Su suspensión se terminó pero también se acabó la suspensión de la incredulidad del público. Si el alberga esperanzas de recapturar la confianza pública, de reparar su imagen, será a través de acciones, no de palabras.


Toda la felicidad y miseria humana toma forma a través de las acciones, decía Aristóteles, y mientras contaba historias, porque la vida es una historia que nunca termina, lo que vale para una historia muchas veces vale para la ética. Rodríguez, muy en el fondo, lo sabe. Sabe que no será hablando como salga del purgatorio. Cuando se lo recuerdas, sólo asiente con la cabeza. Lo sé, lo sé. Tienes razón. Y sabe que está condenado a aprenderlo una y otra vez.

Por ejemplo: Él manejó una noche de sus oficinas en Coral Gables, Florida a una universidad en el centro de Miami para asistir a una conferencia de Magic Johnson y el billonario Mike Fernández. Los dos hablan de sus éxitos en los negocios y cientos de aspirantes a emprendedores están en el lugar. En cierto punto, Magic buscó entre los asistentes a gente famosa. "¡Tenemos a Ray Allen!" Fuerte ovación. "¡Y por acá tenemos a Alex Rodríguez!" Aplausos, pero menos fuertes.

Más tarde, en un café en el Design District, compartiendo un plato de pescado asado y calamares con una amiga, Rodríguez se sentía iluminado. Animado, envalentonado por esos aplausos, habla de cuánto quiere regresar a jugar, ayudar al equipo, mezclarse con sus compañeros, que ya no se trate de él nunca más, y sus palabras son inusualmente contundentes, su tono abiertamente sincero. Él es nuevamente el fenómeno con un camino sólo ascendente. Se mira esperanzado, suena esperanzado, mientras hay cierta agitación por esa esperanza enfrentando tanto odio, también parece poco caritativo seguir odiando frente a tanta esperanza.

Cuando se le preguntó cómo sonó todo esto en sus oídos, la amiga frunció el ceño y dijo: Como un montón de mierda.

La cara de Rodríguez se ensombrece.

Te creo, le dice su amiga. Sé que lo dices con sinceridad, pero tus palabras no van a convencer a nadie.

Rodríguez baja la mirada. Estudia la mesa de madera. Se ve como si los calamares no le hubieran sentado bien. Pero asiente con la cabeza, lo entiende.

Nadie puede decir con precisión cuándo empezó la educación de Alex Rodríguez. El propio Rodríguez no lo sabe, su mente no trabaja de esa manera. La gente que lo rodea tampoco lo sabe. Como la Cruz Roja después de un huracán en el sur de Florida, han estado un poco ocupados. Pero juran que existe ese proceso de educación en casa. Tal vez sea una pregunta injusta de todas maneras. ¿Cómo se mide el inicio de una evolución, de una metamorfosis, de un fortalecimiento del carácter? Una curva de aprendizaje no es la trayectoria de un jonrón. No siempre se empieza en el home plate.

Aun así, una fecha salta. Enero 12 de 2014. O algo cercano a eso.
Está sentado en su apartamento en Manhattan, encabronado como Aquiles, echando humo como el Satán de Milton, exhortando a sus tropas a una batalla contra Major Leagues Baseball y el comisionado Bud Selig, desesperado por obtener una reducción de su suspensión de 162 juegos por usar drogas para mejorar el rendimiento. Propone luchar hasta la muerte, demandarlos a todos, pero hoy la pelea ha empezado a parecer condenada, fútil…equivocada. Después de todo, él cometió la falta.

Contacta a Jim Sharp, un temido litigante de Washington, ex marino, un hombre directo de Oklahoma, de 70 años, y al teléfono Sharp le dijo directamente: estás arruinando tu vida.

Esto lo sacude. Hunde todo el plan. Esa fue la cosa que hizo que Rodríguez se detuviera e hiciera un balance.

Camina por su apartamento, tanto como lo puede hacer un hombre con dos cirugías de cadera. Apenas hace dos años su doctor lijó y redujo la rótula de la pierna para que amoldara mejor a la cavidad de la cadera. Tres décadas de repetir el movimiento de batear, de apretar y girar su descomunal marco físico de un metro noventa, causó una acumulación de calcio, que se convirtió en una compresión que detenía la rotación de la cadera que no sólo alentó el swing de Rodríguez, hizo que se viera como una estatua en el plato durante la postemporada de 2012 y le inutilizó la parte baja del cuerpo. El día de la cirugía no podía levantar la pierna ni media pulgada.

Ahora, se sienta. A través del dolor, de la fatiga, ve con total claridad que Sharp tenía razón. Se ha acabado. Llamó de regreso a sus tropas, instruyó a su círculo cercano para que preparara un pronunciamiento de que abandonaría cualquier litigio, que aceptaba la suspensión con efecto inmediato.

Su círculo cercano le dijo que estaba cometiendo un grave error. Pelea, pelea, pelea, le decían -una persona incluso usó esas mismas palabras. Así que reconstruyó su círculo cercano, creo uno nuevo, uno más pequeño, éste conformado por mediadores, sensatos oriundos del medio-oeste, gente de paz.
Desgastado, deprimido, desesperado y sin empleo por primera vez en su vida adulta, se encerró y se impuso un voto de silencio mediático, que no es fácil. Como dijo Henry Adams en La educación de Henry Adams: "Él nunca batalló tanto para aprender un idioma como lo hizo para mantener la boca cerrada…"

Entonces hizo una lista. Él ama las listas, las hace todo el tiempo, usualmente en una de esas libretas de hojas amarillas. En esa nueva lista escribió los nombres de las personas a las que debía hablarles por teléfono inmediatamente. Personas a las que les debía una disculpa. Personas a las que les debía una explicación. Amigos, dueños, compañeros con los que debía ser totalmente directo. Uno por uno marcó los números en su Blackberry con manos temblorosas. Le dijo a cada persona de la lista que sentía mucho todo el drama que había causado, que estaba determinado a recuperar su confianza y que esperaba que le dieran una oportunidad. Por supuesto, él no les contó toda la historia, porque nunca le ha contado la historia completa a nadie. Ninguna persona, viva o muerta, sabe toda la historia; sólo dos personas la saben casi toda. Pero, a la gente de la lista les dijo más de lo que estaba acostumbrado a decir, más de lo que siempre quiso decir, lo que hizo de cada llamada un río de hierro ardiente. Se sintió aliviado cuando las voces de las personas de la lista le decían que agradecían su llamada, que le deseaban buena suerte en los días difíciles por venir. Misericordia, compasión, era mucho más de lo que había esperado, más de lo que merecía. Significaba que estaba en el camino correcto.

Ahora, hizo otra lista. Personas a las que les debe una disculpa especial, una más completa de detallada explicación y una que será mil veces más difícil de hacer llegar. En esa lista sólo escribió un nombre.

Natasha.

Rodríguez tiene dos hijas -Ella de 5 años y Natasha de 9-. Ellas son las primera cosa que uno ve cuando entra a sus oficinas, dos enormes retratos colgados en la pared, detrás de su escritorio, incluso antes de sus trofeos de Jugador Más Valioso. A lo largo del escándalo, Rodríguez y su ex esposa Cynthia, han estado en alerta roja tratando de proteger a las niñas, apagando televisiones, escondiendo periódicos. Pero pronto, temen, Natasha va a escuchar algo. Ella y sus amigos tienen la edad suficiente, alguna flecha de burla romperá tarde o temprano la burbuja de protección. Además ella es lista, y un día cualquiera será capaz de atar cabos y preguntarse ¿por qué papá ahora está en casa todo el tiempo? ¿por qué ahora puede llevarlas a ella y a su hermana a la escuela? Empezará a hacer preguntas, Rodríguez piensa anticiparse a esas preguntas con un caudal de respuestas. Decidió que esa será una parte vital de su suspensión. Si no hace nada en todo el año, tiene que hacer esto. Amor y verdad, y la manera de salir del lugar oscuro en el que se encuentra es decirle la verdad a Natasha.

Pero no ahora. No en enero de 2014. Todavía no ha llegado a ese punto de su educación.

Se encuentra con una amiga en una librería para tomarse un café en Coral Gables. Su juego, su carrera, su vida, todo pende de un hilo. Le dice que está asustado. Está realmente asustado. Ella lo conoce desde que era un niño y nunca lo había visto así. Antes de despedirse caminan por la sección de libros de autoayuda y ella lo ayuda a encontrar un libro. Rompiendo el hábito de ser uno mismo. Cómo perder la cabeza y crear una nueva.
Libros, se dijo a sí mismo, montones de libros -eso también será parte vital de sus suspensión-.

Romper le hábito de ser Rodríguez. ¿Eso también incluirá renunciar al beisbol? Tal vez. Tal vez no haya otra manera, piensa, y en esos primeros días pasa horas y horas pensando en el retiro. Tiene dos cirugías de cadera, 38 años, ¿cuál es el punto? Por qué no darle a la gente lo que quiere y desvanecerse. Dejarlo ir.

Mira hacia el espacio, imaginando cómo se sentirá no volver a vestirse de rayas nunca más, nunca más pararse en la caja de bateo. No ganar más. Pero no puede imaginárselo. Tiene una imaginación muy activa, pero no puede imaginarse eso.

Todo aquel que lo conozca sabe que este es un hombre cuya idea de una tarde perfecta es pulir sus bates. Hechos específicamente para él -Color negro carbón, 34 pulgadas, 32 onzas, triple cruce, su nombre escrito con láser en el barril-, pocas cosas le son más placenteras que sacarles brillo, ponerles cinta en el mango, examinar las raspaduras para ver con precisión dónde le pega a la bola. Este es un hombre que todo lo analiza en términos de beisbol. Una situación difícil es un slider en la parte de adentro del plato. Una situación estresante con poco tiempo para resolverla es tener las bases llenas en el cierre de la novena. La persona más arriba en una línea de trabajo en Babe Ruth. Rodríguez siempre quiere saber quién es el Babe Ruth de tu oficio, quién es el Babe Ruth de la escritura, quién es el Babe Ruth de la actividad financiera, quién es el Babe Ruth de cuidar niños.

No, él no puede alejarse del beisbol, no todavía, su amor por el juego es demasiado fuerte. Y cree que todavía tiene mucho juego dentro de sí. Sabe que si puede rehabilitar su cadera, poner su mente en orden, puede ser grandioso de nuevo. Tal vez sólo por una temporada, por un juego, pero ser grandioso de nuevo. Se lo debe a los fans, al juego, a su equipo.


Por supuesto también hay 61 millones de dólares en salario para él si regresa. Puede decir que el dinero no le importa, y lo dice a menudo, pero ¿quién en su sano juicio le creería?

La sola consideración del retiro abre las puertas de la memoria y él no las puede cerrar de nuevo. Su mente corre hacia atrás, como un infielder buscando un elevado. Puede ver sus inicios, los primeros indicios, sentado junto a su padre en su pequeña casita en Westchester, Florida, viendo a los Mets y a los Braves. La tele es viejísima, la señal desastrosa, pero a su padre, un catcher retirado de la Liga Profesional de República Dominicana, no le importa, así que a su hijo de 9 años tampoco.

Su padre lo llamaba Pipiolo (expresión coloquial que significa "joven" o "inocente"), y le enseñaba todo lo que tenía que ver con el juego de pelota y nunca era suficiente. Rodríguez lo asediaba con preguntas todo el tiempo. Él quería aprender, por supuesto, pero las preguntas no eran realmente a cerca de educación. El niño quería capturar el corazón de su viejo, atraer su atención, lo que no era fácil porque el hombre era alcohólico -dos six paks cada noche- y apostador. Jugaba a los caballos y bolita, y perdía más que ganaba.

Un día, cuando Rodríguez tenía 10 años, regresó de la escuela y la casa estaba inusualmente tranquila. La tele apagada. Su padre se había ido. Había cerrado su tienda de zapatos y se había ido a Nueva York a buscar otro sitio para la zapatería. Al menos eso le dijo su mamá. Sólo estará fuera un ratito, le dijo. Pero ese ratito se convirtió en para siempre (en español en el original).

Mientras creía, Rodríguez se culpaba por el abandono de su padre. Seguramente él hizo algo, o dijo algo que hizo que su padre se fuera. Se odiaba a sí mismo y también se compadecía a sí mismo. Temía que la falta de padre le impidiera avanzar en la vida. Un padre es un educador. Un padre le enseña a un niño más cosas además de beisbol. Un padre enseña sobre dinero, mujeres, sobre lo que está bien y lo que está mal. Un padre impone disciplina y moral. La mamá de Rodríguez no disciplina, es demasiado dulce y él es demasiado grande. Y ambos saben que él es la única esperanza que tienen de salir de ese casa, de ese vecindario. Entonces no pueden hacer algo mal. Cuando sobrevino la suspensión Rodríguez tuvo una revelación: En toda mi vida, nunca fui castigado, nunca me dijeron que no…hasta el 162.

Pero, ¿cuál fue la peor parte de perder a su padre? Todas esas preguntas. Él tenía muchas más y nunca pudo decirlas. Han pasado 30 años, y sigue preguntándose cosas. Todas las personas de su entorno dicen que Rodríguez siempre está haciendo preguntas. Cada conversación es un interrogatorio. Es su proceso, así es como interactúa con el mundo. Así es como aprende.

Es así como recrea ese paraíso perdido con su padre.