lunes, 11 de agosto de 2014

El misterio del screwball que se desvanece

No me detendré mucho en mentarme la madre por no postrar en este sagrado espacio por tanto tiempo, seguramente ustedes, caros lectores, lo hacen a cada rato.
Les presento uno de los mejores textos que este mugriento blog haya tenido: un perfil de una de las pichadas más devastadoras que haya visto el beisbol en sus más de 100 años de historia, el screwball, y su desaparición de los repertorios de los pitchers de Grandes Ligas.
Salud pues.



El misterio del screwball que se desvanece

Bruce Schoenfeld
New York Times Magazine; Julio 10, 2014


Héctor Santiago de Los Angeles Angels estaba sentado a la mesa de un restaurant en Glendale, Arizona, en marzo, sosteniendo una naranja en su mano izquierda. Formó un círculo con el pulgar y el índice, luego extendió los dedos restantes alrededor de la fruta, separados por media pulgada. Estaba demostrando cómo lanza su screwball, que es el mejor del beisbol porque nadie más tiene uno.
            El secreto, dijo, es no ejercer presión alguna con el meñique ni con el anular. Mientras movía el brazo hacia adelante en una simulación en cámara lenta, apretaba la naranja con el dedo medio hasta que la mayor parte de su mano quedó justo debajo de la fruta, creando un giro hacia la derecha. “Como ir manejando sobre las ruedas derechas de un carro en una curva”, dijo.
            Más temprano ese mismo día, en un juego de Spring Training, Santiago, un lanzador zurdo de 26 años oriundo de Newark y en su cuarta temporada, le lanzó un screwball al jardinero estelar de los Milwaukee Brewers, Carlos Gómez. Su lanzamiento anterior, una recta de 94 millas por hora. El screwball se aproximó al plato a 76 millas por hora. La diferencia de velocidad por si sola hubiera sido difícil de procesar para el bateador, pero el giro hacia la derecha causó además que la bola cayera y virara hacia la izquierda, alejándose del bateador derecho, en vez de acercarse, como lo hubiera hecho una curva. Gómez abanicó con fuerza y falló. “Lo estaba esperando. Me lo lanzó. Y desapareció. Pongan a ese tipo en hielo. Va a ganar un montón de juegos”, dijo.

            El menú de un pitcher típico incluye una recta, una curva y un cambio de velocidad como si fueran carne y papas, quizá un slider, una recta cortada o un sinker al lado. Pero el screwball es un platillo completamente diferente. Aquellos que lo sirven regularmente son vistos como rarezas, custodios de un peculiar arte más allá del reino del pitcheo convencional. Con el tiempo, la palabra misma se ha dado a las características tanto del lanzamiento como a quien lo realiza: errático, irracional o ilógico, inesperado. A diferencia de la bola de nudillos, que es fácil de lanzar pero difícil de dominar por completo, el screwball requiere una habilidad especial sólo para llevarla al plato. El exitoso lanzador de screwballs debe superar una incómoda sensación similar a intentar abrir un frasco de mayonesa mientras se empuja la muñeca hacia delante a velocidad extrema. La lista de practicantes incluye a algunos de los más grandes lanzadores de la historia: Christy Mathewson, Carl Hubbell, Warren Spahn, Juan Marichal.

(Carl Hubbel, a quien se le atribuye la invención del screwball)

En 1974, Mike Marshall de Los Angeles Dodgers ganó el premio Cy Young de la Liga Nacional apoyado en su screwball. Tug McGraw usó el suyo para ganar tres Series Mundiales como relevista de los Mets y los Phillies. En 1984, el lanzador de screwballs de Detroit, Willie Hernández, fue el mejor pitcher de la Liga Americana y Jugador Más Valioso. El último gran practicante fue Fernando Valenzuela, de los Dodgers, quien lanzaba una larga lista de pitcheos, ninguno tan prominente –o efectivo- como su screwball.
            Hoy muy pocos, si es que algún, jugador de ligas menores son conocidos por emplear ese lanzamiento. A los jóvenes se les recomienda no usarlo por una vaga noción de que arruina los brazos. “Los pitchers se rindieron con el screwball”, aseguró Don Baylor, ex jugador y ex manager, que hoy trabaja con los bateadores de los Angels. “Los coaches ni siquiera hablan de él. No está en la ecuación”.
            Muchos de los mejores bateadores nunca han visto un screwball. Esta primavera, pasé algún tiempo en cerca de 12 clubhouses haciendo preguntas sobre la pichada. “Tal vez la he visto en un juego recreativo”, aseguró David Freese, tercera base de los Angels. “Pero nunca he escuchado en una junta de bateadores que alguien diga: ‘Este tipo tiene un screwball’. Nunca ha salido en la conversación. Ni siquiera estoy seguro de saber qué es eso”.
            Como resultado, el lanzamiento ha alcanzado proporciones míticas. “No creo que eso sea físicamente posible”, me dijo una mañana Buster Posey, cátcher de los San Francisco Giants y MVP en 2012. “No puedo creer que un lanzador derecho pueda hacer que la pelota se mueva como si fuera zurdo. No lo creo”.
            El locker de Posey está en la esquina del clubhouse junto al de casi todos los pitchers, incluido Tim Hudson. El veterano lanzador de rectas coincidió en Oakland como Jim Mecir, un derecho que lanzó screwballs entre 1995 y 2005. “Creo que nunca había visto uno de esos”, intervino. “Yo creía que los screwballs eran muy buenos cambios de velocidad. Entonces Mecir lanzó uno y quebró como una curva en reversa. Ahí fue cuando entendí”.
            Madison Bumgarner, lanzador abridor, hizo un gesto de incredulidad. Eso llevó a Jeremy Affeldt a salir en defensa de Hudson. “Yo jugué con Danny Herrera en Cincinnati”, dijo. Herrera fue el último jugador de Grandes Ligas, antes de Santiago, en emplear el lanzamiento con regularidad. Affeldt recordó como Herrera entró a un juego con las bases llenas y Ryan Howard al bate. Con dos strikes, Herrera lanzó un screwball. “Howard se quedó como diciendo: ¿Qué diablos?”, dijo Affeldt. “no supo qué hacer. Ponchado”. Affeldt tomó su teléfono para buscar un video de ese lanzamiento.
            Bumgarner se mantuvo escéptico. “Si alguien fuera capaz de hacer eso, no duraría más de tres lanzamientos”, dijo.
            “Lastima el hombro”, dijo el ganador de dos trofeos Cy Young Tim Lincecum mientras tomaba su guante y se dirigía al campo. Bumgarner lo siguió.
            “Eso no existe”, dijo dirigiéndose a Affeldt.
            “¡Yo estuve ahí!, gritó Affeldt mientras continuaba su búsqueda. “¡Yo lo vi!”.
            La apoteosis del screwball en la historia moderna del beisbol tuvo lugar el 19 de octubre de 1981, cuando Valenzuela, entonces un novato de 20 años, enfrentó a los Montreal Expos en el juego decisivo de la Serie de Campeonato de la Liga Nacional. “Mañana voy a lanzar principalmente screwballs”, le dijo Valenzuela al coach Manny Mota durante la cena. “Sólo mira”.
            Aunque no existen récords que lo confirmen, ese día Valenzuela probablemente lanzó más screwballs que los que se han visto en la mayoría de los parques de Grandes Ligas en la última década. Permitió tres hits en ocho entradas y dos tercios, venció a los Expos 2-1 y llevó a los Dodgers a la Serie Mundial, que le ganaron a los Yankees. “Estaba funcionando, así que lo tiré una y otra y otra vez”, me dijo Valenzuela. “Fue uno de mis mejores juegos”.
            Valenzuela aprendió el lanzamiento dos años antes de Bobby Castillo, un relevista en la parte final de una carrera sin mucho éxito. “Me tomó un tiempo”, dijo Valenzuela. “Pero terminó siendo mi mejor pichada”. Esa temporada ganó sus primeras ocho decisiones y se convirtió en el primer novato en ganar el premio Cy Young. El éxito de Valenzuela durante la mayor parte de los años 80 ayudó a mantener al screwball en el mapa. Siguió la temporada de MVP de Willie Hernández. Así como el juego perfecto de Tom Browning, quien ocasionalmente usaba el screwball, en 1988. Uno puede ubicar el lanzamiento en los principios del siglo XXI, pero con el tiempo se desvaneció. A cuatro meses de la temporada 2014 es seguro afirmar que Santiago es el único pitcher que ha lanzado un screwball este año. “No puedo recordar la última vez que vi uno”, dijo Tim McCarver, ex cátcher de Grandes Ligas y comentarista de larga trayectoria.
            El declive del screwball puede ser atribuido a la emergencia de otros lanzamientos de baja velocidad: el cambio en círculo, la recta cortada y el lanzamiento de tenedor. (Aunque ninguno de estos es un reemplazo efectivo del screwball, que le permite al pitcher lanzar una pelota que quiebra alejándose del bateador de perfil distinto). Una explicación completa es mucho más complicada, sino es que ilógica. 
            Los finales de los años 60 y principios de los 70, cuando la mitad de los equipos tenían un lanzador de screwballs en sus staffs, fue una era de toques de pelota, de jugadas de hit and run, de curvas lentas que intentaban generar rolas al cuadro. La mayoría de los juegos terminaban con marcadores como 4-3 o 3-2- Hoy, en costraste, los lineups de Grandes Ligas están cargados de jugadores que pueden batear jonrones, y la mayoría de los pitchers intentan anular esa posibilidad con ponches. En esta batalla de artillería pesada, no hay espacio para la caballería. “Poder se ha convertido en el nombre del juego”, dijo Alan Dunn, coach de picheo en la Universidad Estatal de Louisiana, que el año pasado envió a cuatro pitchers al draft de jugadores amateurs. “Ahora se busca a tipos que puedan lanzar a 96 o 97 millas por hora y que avancen hacia Grandes Ligas en base a su poder”.
    Un screwball puede hacer que un bateador se vea ridículo, pero no es un lanzamiento especial para ponchar. Con su impredecible quiebre, suele provocar rolas al cuadro. “Obtienes un montón de outs fáciles y feos”, dije Mark Gubicza, quien pasó 13 años lanzando sliders para los Royals. “La pelota empieza justo ahí, tú piensas que la tienes, pero luego se desvía y sólo puedes alcanzarla sin hacer buen contacto. No es poderosa, pero es efectiva”.
            En una cultura del poder, el potencial del screwball ha sido olvidado. Los pitchers que ponchan muchos bateadores consiguen ofertas de becas universitarias y llegan a la pelota profesional. Es sólo cuando un pitcher falla en convertirse en el nuevo Nolan Ryan que empieza a buscar otros caminos para mantener su lugar en el roster. Tal vez intenten lanzar con el brazo extendido, añadir una recta cortada, incluso una bola de nudillos, a su repertorio. Si existe un área de oportunidad para el screwball en el juego de hoy, es justamente en el intersticio entre el éxito y el fracaso. “Necesitas encontrar a alguien en ligas menores que tenga todos los intangibles, que sea un buen muchacho, al que le falte sólo un poco de talento para llegar a Grandes Ligas”, dijo Rick Waits, coach de pitcheo de los Mariners. “Llegas con él y le dices: Necesitas un lanzamiento más. Un arma diferente, y ésta es”.
            “Eso me describe perfectamente”, dice Héctor Santiago, refiriéndose  a la explicación de Waits.
            De acuerdo a Joe Moeller, buscador de talentos de los Miami Marlins, sin el screwball Santiago es “un pitcher de Grandes Ligas por debajo del promedio”. Me senté con Moeller y otros scouts en marzo, para ver lanzar a Santiago. Moeller parecía sorprendido de que alguien con una buena recta, algo de comando y muy poco más fuera a iniciar la temporada en la rotación de abridores de un equipo contendiente.
            Entonces vio a Santiago lanzar una pichada que quebró con tal violencia que el bateador, Logan Schafer, le preguntó al cátcher, Hank Conger, qué tipo de lanzamiento era ese. Moeller, quedó igualmente sorprendido. Nunca había visto el screwball de Santiago antes y casi brincó de su asiento. “Si puede lanzar eso, que es definitivamente lo que llamamos ‘lanzamiento plus’, si puede ponerlo en su mezcla de picheos, es un lanzador convincente”.
            La carrera de Santiago languidecía cuando empezó a lanzar el screwball. Después del Junior College en Florida, firmó para los Chicago White Sox. En enero de 2009, jugando pelota de invierno en Puerto Rico, conoció a Ángel Miranda, quien pasó cuatro años con los Brewers (de 1993 a 1997) y que continuaba pichando más de una década después en diferentes ligas, haciendo outs a bateadores profesionales. Cuando Santiago le preguntó cómo lo hacía, Miranda le enseñó el screwball.
            Santiago pasó las temporadas de 2009 y 2010 afinando su screwball, pero nunca lo usó en un partido. En 2011, fue asignado a una tercer temporada en la Liga de California, Clase A. “Yo pensaba: soy bueno, pero no estoy yendo a ningún lado. Tenía buenos números, nadie me apaleaba. Pero necesitaba algo que ayudara a salir de ese hoyo”, dijo.
            El screwball tiene fama de ayudar a pitchers a hacer justo eso. Cuando Carl Hubbel fue dejado en libertad por los Tigers en 1928, fue a un equipo de ligas menores en Beaumont, Texas, perfeccionó su screwball y luego de eso ganó 253 juegos para los Giants. Warren Spahn empezó a usar ese lanzamiento en 1956, cuando tenía 34 años, con una carrera que parecía llegar a su fin. Luego de eso tuvo seis temporadas con 20 juegos ganados para los Braves. Después de tener récord de 4 ganados y 19 perdidos entre 1965 y 1967, Tug McGraw se reinventó a sí mismo como un lanzador de screwball y pitcheó hasta 1984. “El screwball ha salvado a un montón de pitchers”, aseguró Ron Swoboda, ex compañero de equipo de McGraw. “Cuando Tug lo encontró, encontró oro”.
            La curva de Santiago es tan drástica como las anteriores. A dos meses de iniciada la temporada de 2011, pasó de Clase A a Clase AA a la Ligas Mayores. Sólo podía lanzar cinco o seis screwballs por juego, pero una vez que los bateadores esperaban esa pichada, sus otros lanzamientos se volvieron más efectivos. “Tenía a los bateadores derechos adivinando. O abanicaban mucho antes o simplemente miraban el lanzamiento. Nunca habían visto algo como eso”. En 2012, Santiago tuvo un récord de 4 ganados 1 perdido, con 3.33 de carreras limpias admitidas para los White Sox. La temporada pasada se convirtió en pitcher abridor. Batalló con el control y sólo ganó cuatro de sus 13 decisiones, pero tuvo un más que resptable 3.56 de carreras limpias admitidas.
            Santiago tuvo la fortuna de que sus coaches lo dejaran lanzar su screwball, dada la reputación del lanzamiento de destruir brazos. Los pitchers representan una inversión considerable –desde 500 mil a 215 millones de dólares en salarios garantizados, además de los costos de entrenamiento y asesoría- las lesiones siempre son una preocupación. Los lanzadores regularmente son tratados con delicadeza, como si fueran caballos pura sangre, especialmente en la actual epidemia de lesiones de brazo y hombro.
            “La creencia popular es que el screwball es duro con los brazos, pero no hay documentación que respalde esa creencia. Quizá esa es la razón por la que no se usa, pero yo creo que ninguna pichada es más peligrosa que otra si se ejecutan con la mecánica apropiada. Si el pitcher tiene una mala mecánica de lanzar cualquier lanzamiento es peligroso”, aseguró Don Cooper, coach de pitcheo de Chicago.
            Entre la gente de beisbol, la opinión de Cooper es minoritaria. Las historias espeluznantes sobre el screwball son comunes. “Cuando íbamos en el camión y veíamos a un tipo con el brazo doblado al revés, decíamos: Sí, un viejo lanzador de screwballs”, recuerda Tim McCarver.   
            Jerry Dipoto, gerente general de los Angels, me dijo que Carl Hubbel solía visitar a los Giants en los campos de entrenamiento después de su retiro. “La leyenda dice que mientras caminaba su brazo se doblaba hacia atrás. No podía regresarlo a su posición natural por todos los años que pasó tirando screwballs”.
            El cómo es que el screwball causa lesiones está abierto a debate. “Es demasiado duro para el hombro”, insistió el manager de Arizona, Kirk Gibson. “El codo”, dijo el ex manager de los Dodgers, Tom Lasorda. Incluso Santiago reconoce la posibilidad: “Me dijeron que es malo para la muñeca”. Él sigue lanzando la pichada porque, asegura. “uno no escucha mucho acerca de pitchers lesionados de las muñecas”.
            Sin importar que haya habido pitchers que usando el screwball siguieron lanzando con 30 y 40 años, o que Valenzuela, que actualmente tiene 53, sostenga que puede lanzarlo hoy; cuando hablé con jugadores y coaches acerca del screwball, la idea de alguna lesión nunca estuvo lejos de la discusión.
            Sin embargo, Dipoto cambió a su primera base titular, Mark Trumbo, por Santiago en 2013. Ayudó que Mike Scioscia, el manager de los Angels, fuera el cátcher por mucho del tiempo que Valenzuela lanzó para los Dodgers. Scioscia vio a Valenzuela hacer 255 salidas consecutivas sin perder un solo turno y lanzar 20 juegos completos en una temporada.
            Santiago estaba emocionado con que se nuevo manager tuviera esa conexión con Valenzuela, el santo patrono de los screwballers. En 2011, después de que empezara a lanzar la pichada en juegos de exhibición, Santiago estaba entrenando con otros prospectos en las instalaciones de ligas menores de los Angels, en Arizona, cuando reconoció a alguien que lo miraba a la distancia desde un carrito de golf. “Era Fernando, había escuchado que alguien estaba lanzando screwballs y vino a ver. No lo podía creer”. Un coach llamó aparte a Santiago. La plática no pudo terminar más rápido. Él quería lanzar su screwball para Valenzuela, platicar sobre la técnica; quería deleitarse con el lazo espiritual que los unía, su pertenencia a la misma extraña orden monástica.
            Pero como muchos íconos religiosos, Valenzuela probó tener poderes para desaparecer. “Para cuando regresé, se había ido”.

(Fernando Valenzuela y el inconfundible follow up del screwball 
-nótese la rotación anti natural del braze y el codo-)

Después de visitar ortopedistas, me convencí de que no existían investigaciones que pudieran terminar la discusión sobre si el screwball daña el brazo. Pero el doctor Paul Sethi, un ortopedista de Connecticut, estaba dispuesto a generar más datos. Sethi es un discípulo de Frank Jobe, el hombre que hizo un injerto colateral-cubital en el codo de Tommy John en 1974 y con ello creó la conexión beisbol-medicina más famosa desde el Mal de Lou Gehrig. Conocí a Sethi en el Centro de Análisis del Movimiento, en Farmington, Connecticut, un salón de cien pies de largo iluminado como si fuera una sala de teatro. Una docena de cámaras montadas en las paredes. Matt Bartolomei, pitcher de 26 años con los brazos tatuados, estaba parado en un montículo de lanzar portátil mientras los técnicos pegaban sensores de movimiento en su cuerpo.
            En los últimos 12 años, un equipo liderado por el cirujano Carl Nissen ha realizado investigaciones sobre el estrés inherente al pitcheo. En algún momento, Major League Baseball le dio recursos al centro para que investigara por qué tantos pitchers se estaba lesionando. Como los resultados contravenían la sabiduría popular –que ciertas pichadas son más dañinas que otras, por ejemplo- Nissen cree que MLB ya no quiso apoyar nuevos estudios del centro. “Somos cazadores de mitos. Creencias que han pasado por generaciones y que no tienen sustento científico. No es la curva lo que daña el codo, como todo mundo dice. Es la recta lanzada una y otra y otra vez. Simple Física”.
            Yo también creía que tenía un mito listo para ser cazado. Pero es difícil encontrar un lanzador de screwballs que pueda viajar a Farmington para realizar los estudios. Quería que Santiago lo hiciera, pero los Angels no tenía juegos en una ciudad cercana esos días. Además, Santiago había empezado mal la temporada, el screwball funcionaba bien, pero tenía problemas con todo lo demás: su mecánica, la colocación de sus pichadas, su hiper intensidad. Perdió sus primeras seis decisiones de la temporada y Scioscia lo envió al bullpen. Supuse que no estaría en humor para participar en un experimento científico.
            Traté con varios ex pitchers que alguna vez usaron el screwball, algunos durante los años 80, pero ninguno le dedicaría un día a desacreditar un mito. Finalmente encontré a Bartolomei, que había lanzado screwballs en la universidad –y fue uno de los últimos pitchers en hacerlo, antes de que la actual generación ignorara por completo el lanzamiento-.
            Matthew Solomito, un ingeniero biomédico, que junto con Nissen lidera el equipo de investigación le pidió a Bartolomei que lanzara su screwball para grabarlo con las cámaras. Más tarde, en la grabación en cámara lenta, la bola parecía un avión controlado a distancia que súbitamente cambiaba su plan de vuelo. “¡Está quebrando hacia fuera!”, gritaba Sethi. “¡Miren eso!”
            Nissen narraba la pichada de principio a fin. “Ahora la bola casi deja su mano, sus dedos están directamente atrás de la bola, definitivamente ha cambiado su manera de sostener la pelota”. En ese punto, los datos indicaban que, el punto máximo de estrés para el brazo y el hombro ya habían pasado. “Para el momento en el que un screwball se convierte en un screwball”, concluyó, “una lesión ya ha sucedido o no. El screwball no tiene nada que ver con ello”.
           La fuerza ejercida por el codo de Bartolomei mientras lanzaba un screwball fue casi idéntica a la que se usa para lanzar una recta, y menor a la que se emplea para la curva. El estrés para el hombro es similar. “De hecho, el screwball no excede a la recta en ningún parámetro”, aseguró Sethi. Aunque advirtió que los resultados no son definitivos, porque sólo se trata de datos de un pitcher, "pero al comparar los datos obtenidos con las bases de datos estándar, me da escalofríos”, dijo.
            Si él y Nissen pueden confirmar sus conclusiones, Sethi cree que se puede rescatar el screwball de su casi extinción. Mientras fue asistente de Jobe en Los Angeles, él trabajó con los pitchers de los Dodgers y le gusta la idea de contribuir a su causa. Yo no estoy tan seguro de que un doctor pueda revivir el screwball. Para que un lanzamiento sea usado con regularidad por pitchers de Grandes Ligas, o incluso por pitchers de Pequeñas Ligas, se necesita una mejor estrategia de venta que la mera seguridad de que no causa lesiones.
            “Si llego al Juego de Estrellas este año, un montón de gente empezará a lanzar screwballs”, me dijo Santiago. Pero eso no sucedió. El 21 de mayo, fue enviado al equipo de ligas menores de Salt Lake City. Regresó poco después, pero perdió su primera apertura para ser el peor récord del beisbol, 0 ganados, 7 perdidos. Dejó de lanzar screwballs de manera temporal. “Trabajo en mi mecánica”, me dijo en un mensaje de texto. A principios de julio, los Angels estaban en primer lugar del standing del wild card. A pesar de algunas muy buenas actuaciones y de que su promedio de carreras limpias admitidas bajó de 4 carreras por juego, Santiago ha podido contribuir muy poco.
            Aun me parece que el screwball ha sido abandonado sin una causa real. En una era en la que los atletas castigan sus cuerpos, de manera legal e ilegal, para ganar alguna ventaja competitiva, hay un arma aparentemente segura y permitida a plena vista. “Las Grandes Ligas en un pequeño y gracioso club”, aseguró Bob Sorrentino, un gurú de pitchers que trabajó como coach personal de Craig Breslow, de los Red Sox, entre otros pitchers. “Hay gente que no quiere hacer cosas, sin importar cuando sentido tengan”.
            Mi hijo de 13 años, Teddy, lanza en un equipo que juega 60 partidos por temporada. Lanza una curva que sostiene como una pelota de futbol americano y una curva nudillera que su coach quiere que todos sus pitchers aprendan a lanzar. Lo hemos mantenido alejado de las verdaderas curvas rompientes por miedo a una lesión. Pero de acuerdo con Nissen, lo que necesita ser monitoreado en el número de pichadas, no su tipo. 
            Entonces, una noche, hace unos días, tomé una naranja del refrigerador y toqué la puerta del cuarto de Teddy. “Déjame enseñarte algo”, empecé a decirle.