Todos los adjetivos, figuras retóricas, referencias literarias y anécdotas históricas de beisbol salen sobrando ante un personaje que usa todas esas herramientas en un día de trabajo. Con ustedes, damas y caballeros, Vin Scully.
Juan Carlos Plata
“La suya tal vez no sea la voz de Dios –no es lo suficientemente profunda, no espanta lo suficiente- pero seguramente es la voz del Cielo. Seguramente la voz de Vin Scully es la que se escucha cuando se termina la ascensión y se toca a la puerta. ‘Hola a todos,’ dirá la voz, ‘y tengan una agradable tarde donde quiera que se encuentren. Es un lindo día aquí en el cielo…’.”
Así inicia Dave Sheinin su artículo A legendary career that speaks for itself, publicado en el Washington Post el 5 de Julio de 2005.
Y prosigue:
“Aquí en la tierra, la Voz del Cielo todavía está viva tanto como un triple por el callejón de left-center y más accesible para más gente que nunca antes. Como muchos fanáticos del beisbol lo saben desde hace 56 años y muchos otros lo están apenas aprendiendo, el cielo en la tierra es un buen carro y un largo camino por delante, o un sillón acolchado y una cerveza fría, y Vin Scully narrando la acción, pintando cuadros con las palabras, aliviando almas.”
Vincent Edward Scully nació el 29 de noviembre de 1927 en Nueva York, creció en el barrio de Washington Heights y estudió en la Universidad de Fordham, de la que se graduó en 1949 luego de pasar dos años en la Marina.
El propio Scully cuenta en el artículo In Vin veritas, de Richard Hoffer, publicado en Sports Illustrated el 8 de septiembre de 2008:
“Cuando era un niño vivíamos en un departamento de un quinto piso y teníamos un enorme radio con un mueble de cuatro patas, yo tenía 8 o 9 años y me metía debajo del aparato con una almohada, la imagen está un poco borrosa en la memoria, pero está perfectamente fija después de tanto tiempo, 75 años, tal vez un poco menos. No hacía diferencia alguna el evento deportivo del que se tratara.
”Los comentaristas tenían trucos para construir el drama, para capturar la inmediatez del momento. Se evitaba la puntuación, como si la más pequeña pausa le diera al radioescucha una excusa para cambiar de estación…y de pronto, la gente en el estadio se volvía loca y el ruido de la multitud venía y me inundaba. Era como agua saliendo de una regadera”.
Como es evidente, el joven Scully no necesitó orientación vocacional. Desde meses antes de su graduación escribió y envió una docena de cartas a estaciones de radio de toda la costa este de Estados Unidos solicitando trabajo.
Su primera experiencia, que duró apenas un par de meses, fue en una estación de Washington D.C., de vuelta a Nueva York buscó a Red Barber, en ese entonces director de deportes de CBS, y este le dijo que no había puestos disponibles y ni siquiera le aceptó una solicitud formal.
Ese otoño, CBS inició un programa de futbol americano colegial, Barber estaba al aire desde los estudios en Nueva York y contactaba por teléfono a los narradores para un resumen rápido y algunos minutos de narración en vivo y luego cambiaban de juego.
Un fin de semana un narrador que se encargaría de un juego en Boston se reportó enfermo y Barber no tenía a nadie disponible. Después de pensar en opciones, preguntó: ¿Quién era ese niño pelirrojo que vino a pedir trabajo? ¿Alguien recuerda su nombre?
Barber contactó a Scully a través de un profesor de la Universidad de Fordham y ese fin de semana Scully estaba helándose -literalmente- en el techo -literalmente- de Fenway Park narrando el juego entre Boston University y Maryland. Una semanas después volvieron a llamar para ofrecerle otro juego: Yes, sir, fue la respuesta.
Ese mismo año, Ernie Harwell, quien narraba los juegos de los Dodgers de Brooklyn, junto con Barber y Connie Desmond, recibió y aceptó una oferta para ser el cronista principal de los New York Giants y Barber propuso a Scully como su remplazo.
La agencia de publicidad que manejaba los anuncios tenían dudas sobre la inclusión del joven y Barber propuso mandarlo a los juegos de Spring Training para una prueba.
“Ahí estaba yo, 22 años, soltero, recién salido de la universidad y alguien me pedía que fuera al Spring Training de los Dodgers”, diría después el joven narrador.
El martes 18 de abril de 1950, la voz de Vin Scully se escuchó por primera vez en un juego de los Dodgers de Brooklyn, transmitiendo desde Philadelphia. Los Dodgers perdieron ese partido 9 carreras a 1.
Desde entonces a la fecha, Scully ha narrado alrededor de 9 mil 957 juegos de temporada regular de los Dodgers y contando.
En estos 60 años, Scully relató el primer campeonato de la franquicia, en 1955 con los siempre recordados Boys of Summer, se mudó de costa junto con el equipo en 1958, a Los Angeles, en donde los ha acompañado en cinco títulos más.
La primera casa de los Dodgers en la ciudad de los ángeles fue el Memorial Coliseum, un gigantesco estadio construido para futbol americano (que tenía el callejón de right-center más largo de las Ligas Mayores (440 pies), un jardín central que asemejaba más a un parque nacional (425 pies) y el jardín izquierdo más ridículo del que se tenga memoria (250 pies) y al que le cabían casi 100 mil espectadores.
Con los radios de transistores portátiles apenas salidos al mercado y con un estadio en el que desde la mayoría de los asientos era imposible distinguir un jonrón de un toque de sacrificio, los angelinos fundaron la costumbre de divisar el juego en vivo y asistirse de Vin Scully para que les dijera qué estaba pasando.
Ya en Dodger Stadium (un estadio construido ex profeso para beisbol) los miles de radios de transistores aumentan sustancialmente el volumen del ruido ambiental; Vin Scully, sentado en la cabina de transmisión –por cierto, hace unos años bautizada como “Cabina Vin Scully”- puede oír su voz viniendo de regreso hacia él desde la multitud.
Saber eso haría sentir orgulloso a cualquiera, se podría alardear con eso en el currículum. No señor, no conocen a Vin Scully. En el artículo de Robert Creamer The transistor kid, publicado en Sports Illustrated el 4 de marzo de 1964, Scully dice:
“Voy a decirte algo, eso te mantiene parado sobre los dedos. Cuando sabes que casi todo mundo en el parque está escuchándote describir una jugada que ellos mismos están viendo, es mejor que lo hagas bien. No puedes flojear y regresar después de haber perdido una pichada. No puedes hacer que no pasa nada luego de describir mal un jugada”.
Y mister Creamer detalla una anécdota de lo que podríamos llamar “el efecto Scully”.
“En esta misma temporada (la de 1964. Nota del metiche) un incidente reveló el vínculo que Scully tiene con sus escuchas: La Liga Nacional le dijo a sus umpires que fueran mucho más estrictos con la regla del balk, que decía que cuando haya hombres en las bases un pitcher tiene que detener por un segundo completo el curso de su movimiento de lanzar antes de tirar la bola hacia el home.
”Muchos pitchers violaban la regla sin intención y los umpires marcaban tantos balks que parecían cuervos en un campo de maíz. La liga eventualmente reculó y todo volvió a la normalidad, pero antes de que esto sucediera, una de las grandes crisis de la ‘Gran Guerra del Balk’ ocurrió en Los Angeles durante un juego entre los Dodgers y los Cincinnati Reds.
” Los Reds, los Dodgers y los umpires se vieron envueltos en una acalorada, ruidosa y larga discusión sobre si un pitcher se había o no detenido un segundo completo. El argumento seguía y seguía y arriba, en la cabina, Scully se veía obligado a seguir hablando. Revisó la regla del balk, los esfuerzos de la Liga Nacional para reforzarla, el número de balks marcados a la fecha en la temporada comparados con los de años anteriores, y más.
”Finalmente, con la discusión aún en curso en el campo, Scully llegó a la obvia pero intrigante conclusión de que un segundo es una medida de tiempo sorprendentemente difícil de medir. Le preguntó a la audiencia si alguna vez había tratado de medir un segundo con precisión. Y dijo: ‘Hey, intentemos algo. Tomemos prestado el cronómetro de nuestro ingeniero’… y con miles de espectadores mirando hacia la cabina de transmisión tomó un reloj y prosiguió. …‘Apretaré el botón del cronómetro y diré: ¡Uno!, cuando ustedes crean que ha pasado un segundo completo griten: Dos. ¿Listos? ¡Uno!
”Hubo una pausa momentánea y luego 19 mil voces gritaron: ‘DOOOOOS’. Los managers, los umpires, los jugadores, los batboys, los ballboys, todos se detuvieron y miraron alrededor, atónitos.
”Scully dijo al micrófono: ‘Lo siento. Sólo uno de ustedes contó correctamente. Intentémoslo de nuevo. ¡Uno!’ Y de nuevo un gran ‘¡DOOOOOS!’ recorrió Dodger Stadium y salió hacia todo Chavez Ravine. Los jugadores miraban fijamente hacia la cabina de transmisión, uno de ellos entró al dugout, tomó el teléfono, llamó a la cabina y preguntó: ‘¿Qué diablos está pasando?’
”La multitud inmensamente complacida consigo misma esperó pacientemente a que la discusión en el campo terminara”.
Además de su vínculo con los aficionados, Scully es probablemente la figura más amada y respetada del beisbol, y lo ha conseguido siendo todo un caballero. Aquí dos muestras.
Una semana después de la publicación del artículo de Robert Creamer en Sports Illusrated, en 1964, Scully envió una carta a la revista en la que narró dos de sus anteriores experiencias con publicaciones, ambas como jugador de beisbol en la Universidad: cuando conectó su primer y único jonrón, un fotógrafo del Bronx Home News estaba presente y publicó una foto de “una figura borrosa que de ninguna manera podía ser reconocida por sus parientes, con el siguiente pie de foto: Jim Tully anota luego de jonrón”. Y cuando, luego de un juego en el que había colectado tres hits y un ponche, en la nota relativa al juego, el New York Times sólo publicó su nombre al inicio del tercer párrafo: “Después de que Scully se ponchara...”
La carta termina diciendo: “Esto es un largo preámbulo para decirles a todos ustedes que todo ha sido reivindicado. Todos los conectados con la familia Scully les agradecen a todos ustedes y al señor Robert Creamer por un artículo tan bueno como el mejor que un hombre pudiera desear”.
Durante el Spring Training del año 2010, Scully sufrió un accidente en su casa. Un mareo lo derribó en el baño y tuvo que ser hospitalizado. Unos días después, de regreso al palco de transmisión del estadio de los Dodgers en Arizona inició su narración:
“Es tiempo del beisbol de los Dodgers –quizá su única frase característica-. Muy buenas tardes a todos ustedes donde quiera que estén. Quisiera tomar unos segundos para disculparme con todos y agradecerles por la preocupación que les he causado por mi accidente”.
Lo que los gringos llamarían un total class act, en castellano se diría del tipo que es todo un caballero.
De nuevo Richard Hoffer escribe:
“Los Dodgers ganan, los Dodgers pierden, Dodgers vienen, Dodgers van, pero una verdad se mantiene constante: Vin Scully –media centuria en el palco de transmisiones- se mantiene como el estándar dorado de la narración de beisbol.
”En una ciudad establecida para la transitoriedad, que es bien conocida por celebrar el cambio, hay poco espacio para instituciones locales. ¿Quién estaría interesado en hacer algo, la misma única cosa, por medio siglo? Alguien sin ambiciones, seguramente. O sin el talento para brincar de la ciudad e irse a la conquista del país entero.
”Pero aquí está Vin Scully, a sus 80 años (ahora tiene 82. Nota del metiche), con por lo menos un año más en su contrato, sigue narrando los juegos de los Dodgers (por lo menos la mayoría), no sólo por conformismo o como una reliquia, sino como un profesional a toda prueba, siempre encontrando la letra precisa para la tonada de la noche. El hombre ha hilvanado todas estas temporadas por sí mismo y ahora cuando uno dice Dodgers, lo que realmente quiere decir es Vin Scully, ¿Quién más? ¿Gary Scheffield? Ni siquiera Sandy Koufax.
”¿Cómo se explica esta perseverancia, esta identificación? El no puede hacerlo. ‘Yo no he hecho nada’, dice, dejando clara la distinción (que muchos de sus colegas ignoran) entre los protagonistas y él mismo, ‘Yo solamente he estado aquí sentado’.
”El beisbol es como es, y tiene largos espacios de tedio entre las grandes hazañas, ese es el tiempo en el que Scully revela su genialidad. Ha sido objeto de cordiales burlas por su erudición expuesta al aire, algún verso musical de Broadway, un poco de Shakespeare, algún hecho tan aparentemente irrelevante que uno puede ver a los aficionados en Dodger Stadium –hoy con sus audífonos puestos- voltear hacia el palco de transmisiones con cara de: ¿Qué demonios es eso?”
Pero el prestigio de Scully no se queda en los confines de Los Angeles, como lo ejemplifica el cronista de ESPN, Jon Miller, en una entrevista con Alex French, publicada en diciembre de 2009 en GQ Magazine.
“Nací y crecí en San Francisco y solía escuchar los juegos de los Dodgers –esperando que siempre perdieran- y recuerdo que pensaba ‘Caramba, ese tipo Scully es malísimo, entiendo porque trabaja en ese pueblo lleno de idiotas que es Los Angeles’. Pero estando en la universidad, estudiando periodismo, un día manejé de casa de mi abuela en Oregon a San Francisco, era de noche y busqué en el radio algo que me hiciera compañía. Encontré un juego de los Dodgers y escuché la transmisión completa.
”Vinny me mantuvo entretenido y recuerdo haber pensando que ese era el mejor cronista que podía existir. En toda la historia, pasada y futura.
”Él te pone en el parque de pelota, pinta esa pintura para ti, y desarrolla una historia que tiene la forma y el tiempo perfecto para cada momento. Tiene muchísimas anécdotas de cada jugador y sus orígenes, es capaz de retratarlos como seres humanos. Tiene un impecable sentido del juego y una grandiosa facilidad con el lenguaje, la habilidad para convertir una frase en algo que lo pone en otro nivel con respecto a los demás cronistas.
”El podría ser tu profesor de literatura en la universidad. De repente Shakespeare se puede aparecer en la transmisión, puede haber un poco de Moliere por aquí, un poco de Broadway por allá. Escuchas sus transmisiones por un periodo de tiempo y te das cuenta de lo culto que es.
”Vinny tiene 82 años y cuando piensas en quién es y cuanto es amado y respetado, la cantidad de trabajo que tiene que hacer para preparar una transmisión y la cantidad de energía que derrocha durante cada partido, eso, al final, sólo habla de cuánta pasión tiene por el beisbol y por su trabajo”.
Dave Sheinin cuenta otra anécdota reveladora:
“El cronista de beisbol Bob Costas fue presentado con el músico Ray Charles y ambos se enfrascaron en una conversación de beisbol.
”‘Ray me dijo: ‘¿Sabes a quién quisiera conocer? A Vin Scully. Para mí, la imagen no me dice nada, todo es sonidos, y su transmisión es casi musical. ¿Podrías presentarme a Vin?
”Así que lo llevé a Dodger Stadium. Vin apreció mucho el interés de Ray en conocerlo, pero Ray estaba realmente emocionado de conocer a Vin. Se podría decir que fue un momento álgido de su año, estaba muy conmovido”.
Al final de la temporada 2008, Vin Scully habló al aire de lo bien que el segunda base Jeff Kent estaba bateando y atribuyó su buen ritmo a que estaba bateando delante del recién adquirido Manny Ramírez. Al enterarse Kent de lo dicho por Scully declaró : “Todos queremos mucho a Vinny, pero a veces habla demasiado”.
Error gigantesco. Cuando dices que el hombre más confiable de Los Angeles –de acuerdo al Los Angeles Times, en 1998- habla demasiado, te arriesgas a que 56 mil personas te abucheen en tu próximo turno al bat, jugando como local. Así sucedió.
¿Qué tan alegórica, descriptiva, precisa, literaria –todo esto para no decir maravillosa- es una narración de Vin Scully? Un ejemplo grande como cualquier estadio de beisbol.
Durante el noveno inning del juego del 9 de septiembre de 1965, que pasó la historia como el día que Sandy Koufax lanzó un juego perfecto, Scully, para hacer el rutinario anuncio de la cantidad de aficionados que había en el estadio, dijo: “Hay 29 mil personas en el parque de pelota y un millón de mariposas”.
Nada más que decir, todo lo ha dicho el señor Scully, y evidentemente lo ha dicho muchísimo mejor.
2 comentarios:
Habrá que repetirse para decirle algo a Vin Scully: "Qué puedo yo cantarte, comandante, si el poeta eres tú". Y quiero pensar, me gusta pensar, que ahí anda el Juancho, caminando el mismo sendero, detrás del Scully, escuchándolo y tomando nota. Jo.
Se agradece el comentario, mi querido Onofre, pero no sea usted blasfemo, si acaso ando detrás de los pasos de Vin Scully debo andar muy, pero muy muy, detrás, no sólo en tiempo sino en calidad.
Pero de todos modos el agradecimiento es del tamaño de Dodger Stadium
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